Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

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Lugar: El Escorial, Madrid, Spain

miércoles, julio 28, 2010

Humor y conciencia. Se fue Antonio Gamero

Antes de dejarnos, víctima de una larga enfermedad, tuvo tiempo para, a través de su trabajo en casi dos centenares de films, hacerse imprescindible para poder comprender nuestra historia reciente. Antonio Gamero Aguirre (Madrid, 2 de marzo 1934- 26 de julio 2010) encarnó sin aparente esfuerzo al hombre medio de mediana edad, inserto en medio de una España mareante, transitiva y transitoria, herida en su pasado e incierta en su presente. Y tuvo la virtud máxima de hacerlo con humor y con conciencia. Humor para revertir los atropellos del franquismo, y conciencia para desnudar el alma del pueblo trabajador, cotidiano y sencillo que se reconocía en la pantalla cuando le veía a él, bajito, calvo, bigotudo y miope, atravesar la escena zumbón, atropellado o gruñón, y cuando le oía emplear su voz, que parecía salir de un pequeño megáfono reivindicativo y asambleario, en medio de la calle (a menudo madrileña), del café, de la escalera de vecinos o de la intimidad de la alcoba. Un repaso a la filmografía del difunto don Antonio nos remite a la porción troncal de la cinematografía española de los últimos cuarenta años. Su tránsito por la pantalla se produce por las vías del sainete, el costumbrismo, la picaresca, el esperpento, el delirio cómico, la esencia, en definitiva, de aquello que constituye el cuarto y mitad de la creación cinematográfica en España. Actuando a las órdenes de directores como José Luis García Sánchez (su, en cierta medida, descubridor, máximo valedor y, sobre todo, amigo y camarada), José Luis Cuerda, Luis García Berlanga, Miguel Hermoso o José Luis Garci, Antonio Gamero se infiltró en nuestras vidas, cobrándose para sí, una honorable parcela de nuestro imaginario colectivo.

Comunista y ateo, por supuesto

Los Hermanos Maristas son sin duda grandes educadores, prueba de ello es que de sus aulas han salido algunos de los más convencidos ateos que el mundo ha visto. Uno mismo, en su modestia, se confiesa (valga la expresión) uno de sus productos. Antonio Gamero, que tuvo que crecer en la triturada España de la Guerra Civil y la también cruenta posguerra, no escapó al poderoso influjo de los seguidores del beato Marcelino Champagnat, quienes lograron de él un ateo convencido que, al mismo tiempo, estaba dotado de una poderosa conciencia de clase, la que le impulsó a afiliarse al partido comunista en 1957, año en el que, huelga decirlo, ser comunista en España no acarreaba sino persecución y martirio. La rebeldía del joven Antonio debía por fuerza nacer con pujanza sobresaliente pues debía sobrepasar el rigor de tres autoritarismos superpuestos. El más cercano, el que su severo padre (lo que se llamaba antes “un hombre de posición”) practicaba en casa. A éste, en un rango de mayor amplitud social, había que sumar el que administraban en sus aulas los Hermanos Maristas. Por encima de ellos, abarcando en toda su extensión la sociedad española, el del régimen dictatorial de Franco. En tales circunstancias, y ayudando a germinar la semilla de la rebeldía, en el círculo cercano de Antonio Gamero, una presencia, la de un amigo de su padre, se destaca decisiva influencia en la formación del carácter y el espíritu irredento del joven, proporcionándole libros, discos y, sobre todo, una necesaria apertura de miras. Estudiante (por imposición paterna) de la carrera de Derecho, Antonio Gamero abandona los estudios universitarios al tercer año, y se coloca, enchufado, en el Banco de Vizcaya, de donde sale disparado cuando organiza una huelga. Posteriormente, también gracias a influencias, ingresa en la Telefónica. Es en aquel entonces cuando se inicia en el ámbito artístico, montando grupos de teatro que representarán a Ionesco y a Arthur Miller. También es durante esta etapa que se produce su afiliación al partido comunista, en cuyo seno adquiere el alias de “Alejandro”. Su actividad propagandística como miembro de una célula del partido se prolongará durante algún tiempo, en el transcurso del cual dejará su empleo en Telefónica e ingresará en la EOC, en términos de acción que la película de José María González Sinde “Viva la clase media” ilustrará convincentemente. Tal como quedaba descrito en el film, el aparato del Régimen se encarga de interrumpir abruptamente tal estado de cosas. Víctima de la represión del órgano policial del general golpista, Antonio Gamero sufrió dos años de encarcelamiento en las prisiones de Carabanchel y Palencia, condenado por los “delitos” de propaganda ilegal y asociación ilícita a una pena de ocho años y siete meses, que se redujo en virtud de dos indultos, el de los veinticinco años de paz y un jubileo. Su ingreso en prisión fue precedido por una brutal paliza por parte de fuerzas de la policía de la tristemente célebre DGS, la cual le ocasionó una sordera que le obligó a usar un audífono el resto de su vida. Su situación legal (en el ilegítimo régimen del dictador Franco) truncó la continuidad de su formación en la Escuela Oficial de Cine donde estudiaba dirección junto a su condiscípulo José Luis García Sánchez. Logró realizar un par de prácticas y ejerció de ayudante de las que realizaron Manuel Gutiérrez Aragón y José Luis Egea. Pese a la externa imposición autoritaria de insalvables trabas, la decidida vocación cinéfila de Gamero le hizo no obstante mantenerse cercano al medio cinematográfico, escribiendo guiones para televisión que firmó con el pseudónimo de Pilar Guerra (el nombre de una amiga suya, falangista de izquierdas) y aceptando sus primeros trabajos como actor en proyectos en los que estaba directamente involucrado su amigo José Luis García Sánchez, debutando en dos cortometrajes suyos de 1971 (“Loco por Machín”, que se rodó en Tomelloso, el pueblo donde se filmó la serie televisiva "Plinio", en la que Gamero intervino, y “Labelecialalació”) y en los largometrajes producidos en 1973 (sendas óperas primas), “Habla mudita” (que dirigió Manuel Gutiérrez Aragón y cuyo guión fue escrito a medias con García Sánchez) y “El love feroz, o cuando los hijos juegan al amor” (dirigida por este último). La primeriza experiencia de Antonio Gamero ante las cámaras arroja un resultado magnífico. Obtiene por su interpretación en “El love feroz” el premio del Círculo de Escritores Cinematográficos al mejor Actor de Reparto. En rápida progresión aumenta el número de roles que el flamante actor de cuarenta años (de trayectoria en cierto modo similar a la de Luis Ciges) incorporará en títulos sucesivos, algunos de ellos, decisivos en la historia del cine español. Olvidadas ya las intenciones profesionales que le habían hecho estudiar Derecho y su empleo en la Telefónica, Antonio Gamero se erigirá muy pronto en heredero directo de la estirpe de los insuperables característicos de la pantalla española, tales como Erasmo Pascual, Goyo Lebrero, Xan das Bolas, Manuel Requena o el ubicuo Juan Cazalilla, por citar sólo algunos.

Simplemente indispensable

Repasar la filmografía de Antonio Gamero es casi tanto como repasar aquello que de bueno se ha producido en la cinematografía española de los últimos cuarenta años. Con inevitables concesiones a la urgencia de la subsistencia (ningún actor de reparto español puede, ha podido ni podrá nunca permitirse el lujo de descartar ofertas), encontramos entre las películas en las que actuó, títulos señeros, y entre los directores que le eligieron, a los más galardonados y respetados de la profesión. Fielmente reclamado por José Luis García Sánchez (Salamanca, 22/09/1941) a lo largo de su cada vez más extensa carrera, Antonio Gamero se pone a sus órdenes en una docena de películas, entre las que destacan títulos tan reconocidos como la libertaria “Las truchas” (1977), que se alzó con el Oso de Oro de Berlín en 1978, la muy exitosa “La corte del faraón” (1985), y las más recientes “Divinas palabras” (1987), “Suspiros de España (y Portugal)” (1995), o “La Marcha Verde” (2004). Sin desdeñar trabajos de escasa ambición artística, en los que se prodigó especialmente en la primera mitad de los años ochenta (lo que le permitió rodar frecuentemente a las órdenes del comercial Mariano Ozores, grabar telefilmes, o intervenir en meros productos consumibles como “Las locuras de Parchís”, de Javier Aguirre), es fácil reconocer en la filmografía de Antonio Gamero una tendencia, o al menos, una afinidad acorde con su personalidad y sus ideas. A la reiterada colaboración con su camarada José Luis García Sánchez, cabe sumar en el capítulo de lo destacable, su constancia en el cine de otro José Luis, pues obtuvo papeles en “El bosque animado” (1987), “Amanece que no es poco” (1988), “La marrana” (1992), y en “Así en el cielo como en la tierra” (1994), todos ellos films de José Luis Cuerda (Albacete, 18/02/1947). En esta vorágine de “joseluises” en que está convirtiéndose este repaso a la carrera de Antonio Gamero, no podemos pasar por alto que actuó en “Furtivos”(1975), título ya mítico de la transición española del aragonés José Luis Borau, y en “Asignatura pendiente” (1977), otro film de repercusión masiva y capital relevancia, que dirigió el futuro Óscar, José Luis Garci. También tuvo ocasión Antonio Gamero de ponerse ante las cámaras para las dos “Bes” del cine español, pues Juan Antonio Bardem (Madrid, 2/06/1922-30/10/2002) le repartió un papel en el terrible vehículo para la adulta Marisol y el músico Murray Head, “El poder del deseo” (1973) y otro en la “anti-landista” “El puente” (1977), y Luis García Berlanga (Valencia, 12/06/1921), le quiso para representar un rol en la accidentada pero exitosa “La vaquilla” (1984) y otro en “Todos a la cárcel” (1993) (de la que algo hablamos aquí en la entrada dedicada a José María Tasso). Un cineasta tan singular como Eloy de la Iglesia (Zarautz, Guizkoa, 1/1/1944 – Madrid, 23/3/2006) encontró, como sus compañeros, que la de Antonio Gamero era una valiosa presencia para dotar de credibilidad a su particular visión cinéfila, y contó con él para “Los placeres ocultos” (1976), “La criatura” (1977), “Miedo a salir de noche” (1979), y “La estanquera de Vallecas” (1986). Del resto de la trayectoria fílmica de Antonio Gamero, es obligado subrayar, pese a la existencia de una cierta tonalidad predominante a la que antes aludíamos, lo variopinto de su naturaleza. Por ceñirnos a los títulos más relevantes, destaquemos que Antonio Gamero actuó a las órdenes del gran Antonio Isasi Isasmendi (Madrid, 22/03/1927) en su éxito “El perro” (1976) y su último film, “El aire de un crimen” (1988), del también afortunado Miguel Hermoso (Granada, 1942) que dirigió “Truhanes”(1983), y del siempre genial Fernando Fernán-Gómez (Lima, Perú, 28/08/1921 – Madrid, 21/11/2007) que firmó “Fuera de juego” (1991). En la lista de directores que contaron en más de una ocasión con Antonio Gamero para sus films, aún no citados aquí, descuellan dos tocayos suyos, de un lado, Antonio del Real (Cazorla, Jaén, 27/08/1947), un especialista en la comedia a quien no se le podía pasar por alto la “vis cómica” de quien, muy a nuestro pesar, estamos despidiendo hoy, para sus películas “El poderoso influjo de la luna” (1980), “Buscando a Perico” (1981), “Y del seguro, líbranos señor” (1982), “Café, coca y puro” (1984), “El río que nos lleva”(1989), o “Por fín solos” (1994); y del otro, Antonio Giménez Rico (Burgos, 20/11/1938), quien le dirigió en sus films “Jarrapellejos” (1987) y “Soldadito español” (1988).

Imperdonable sería, en este apresurado repaso a la contribución a la cinematografía española de quien tan recientemente nos ha dejado, prescindir de la figura de alguien cuyo talento nutrió gran parte de los títulos hasta aquí mencionados. Gran amigo y compañero de ideas, de palabras, de trabajos y de gestos, Rafael Azcona (Logroño, 24/10/1926 – Madrid, 23/3/2008) impregna con su genio esencial e insustituible el mismo ámbito fílmico por el que Antonio Gamero transitó como actor. Ese mismo que alcanzó grandeza gracias, sobre todo, a la humildad que da la inteligencia, esa inteligencia que hace que el humor tenga conciencia, y que el humor (y la vida) valgan la pena. De la admiración mutua entre actor y guionista hablan las declaraciones de este último que en una ocasión admitió haber querido ser autor de una frase del primero, ciertamente genial: “Como fuera de casa, no se está tan bien en ningún sitio”. De parecido calibre, y a propósito de algo tan fundamental como la amistad, es otra ocurrencia de Gamero, recogida igualmente en sus obituarios y que fue dicha ante todo un presidente de gobierno (de infausto recuerdo, por cierto). En sintonía con la cáustica visión de un Ambrose Bierce, y confirmando con su ingenio su semejanza física con Groucho Marx, el actor dijo en presencia de José María Aznar: “Si tienes penas, no se las cuentes a los amigos. Que les divierta su puta madre”.

Se ha ido Antonio Gamero. Hombre de vitalismo exacerbado, enamorado del cine, de la gastronomía y el jazz, Antonio nos ha acompañado hasta aquí, desde la pantalla, pero de ningún modo nos va a dejar ahora. Aunque le digamos adiós.

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viernes, julio 16, 2010

Caída de un hombre grande. Adiós a Aldo Sambrell

Es privilegio de los actores morir muchas veces en la escena antes de encontrar su final definitivo en esta hiperbólica barahúnda que llamamos vida real. Quizá esa experiencia les sirva para afrontar con mayor entereza que el resto de los mortales la caída del telón final. Cuentan además con el probable consuelo de que sus muchas vidas vividas dejarán para el público una huella imperecedera que les sobrevivirá. De los que más muertes vivieron en la pantalla, nos ha dejado recientemente uno de los rostros más presentes en una determinada época del cine español. Con Aldo Sambrell desaparece una parte significativa de un tipo de cine, es decir, de un tipo de arte, de un tipo de entretenimiento, irrepetible, que nunca volverá. Nos referimos a aquel cine de consumo de los años sesenta, sustentado en los géneros clásicos de evasión, de los que ofrecían su versión casera, rentable y europea, coproducciones aventureras, directas y cercanas nacidas en nuestro país, tiempo atrás, hace ya lo que parece una eternidad. A Aldo Sambrell, cuya memoria queremos honrar hoy en su adiós, le correspondió un papel humilde pero reconocible dentro de un entramado cinematográfico que, partiendo desde España, se extendió hasta alcanzar lugares distantes del orbe. Su carrera profesional, en la que destaca decisivamente la influencia de directores como el fundacional Joaquín Luis Romero Marchent (en cierto modo, su descubridor) y el mítico Sergio Leone (quien le brindó la mayor proyección internacional), se extendió en el tiempo a lo largo de más de cuatro décadas, en las que prestó sin desfallecer su poderosa y varonil imagen a las diversas variantes del personaje de un hombre inmerso en un mundo de hombres broncos, fuertes y violentos, que no tienen nada que perder.

Final anunciado y primeros tiempos de una vida

Hace muchos meses que el estado de la salud de Aldo Sambrell era motivo de preocupación para su familia y sus fans. Finalmente, tras pasar varias semanas ingresado en él, ha sido en el Hospital Universitario de Alicante donde el actor ha sido alcanzado por la muerte (el pasado sábado día 10, concretamente) tras haber sufrido en los últimos tiempos varios ataques y haber sufrido un deterioro general que le había hecho perder mucho peso y la memoria.

No es extraño que la fecha de nacimiento de los actores sea un dato esquivo, cuando no variable. Desgraciadamente, el momento de su fallecimiento deja menos resquicios a la duda porque un mal día se van, nos dejan y tenemos que decirles adiós, y aunque seguiremos viéndoles en la pantalla, algo en nuestro interior nos estará dictando que ya no están entre nosotros. El último de nuestros cómicos en abandonar este mundo imperfecto en el que ningún director grita “Corten” cuando todo sale mal, ha sido Aldo Sambrell, Alfredo Sánchez Brell, un madrileño aficionado del Atlético de Madrid educado en México quien, según sus biógrafos, nació el 23 de febrero de 1937, pero que en la intimidad confesaba haber nacido seis años antes, en 1931. Con toda seguridad, fue el estallido de la Guerra Civil la causa que llevó a los padres del pequeño Alfredo a establecerse (como hicieron otros compatriotas suyos) en México. Nos consta que fue en este país centroamericano donde Aldo Sambrell se educó y donde se formó artísticamente, estudiando arte dramático, declamación y canto, e iniciándose profesionalmente en la farándula azteca después, tanto en los teatros como en el cabaret. En México también practicará con éxito el deporte del balompié, disciplina deportiva en la que alcanzará el profesionalismo al jugar en los equipos de Monterrey y Puebla. Hasta tal punto destacó como futbolista que, de vuelta a España, estuvo cerca de fichar por el Real Madrid, aunque donde finalmente sí jugó fue en el Alcoyano y en el Rayo Vallecano.

Sus primeros pasos en el cine

En desacuerdo con lo que informa IMDB, donde se asegura que “Gringo”, de Ricardo Blasco es el film de debut de Aldo Sambrell, Joaquín Luis Romero Marchent afirmó en su día haber sido el primero en darle un papel en “Tres hombres buenos”, adaptación de una historia de José Mallorquí producida en 1963 en la que Aldo Sambrell engrosaba las filas del pelotón de esbirros del villano, y, a continuación, en “El sabor de la venganza”, otro western del mismo año donde disponía de un papel algo más destacado, como “mano derecha” del matón Parker (José Truchado) quien estaba enfrentado al héroe, Richard Harrison. Por cierto, que si éste hercúleo actor tenía en el film de Romero Marchent la misión de vengar la muerte de su padre (si bien que dentro del estricto cumplimiento de la ley, en contraposición con el método menos legítimo de su hermano, el enloquecido Chris –Robert Hundar/Claudio Undari), en “Gringo”, su motivación era la misma. A Aldo Sambrell en esta ocasión le correspondía un rol en el que no había de pronunciar palabra, merodeando los pasos del protagonista, hasta tenderle una emboscada y, tras errar el tiro, caer bajo el plomo de las balas del héroe. Por cierto, que en este western de Ricardo Blasco, compartirían protagonismo con el citado Richard Harrison la pareja formada por Sara Lezana y Daniel Martín, de quien hubimos de lamentar su desaparición, no hace muchos meses, en este weblog. En cualquier caso, volviendo al inicio de la carrera cinematográfica de Aldo Sambrell, podríamos considerar estos tres títulos de 1963 los primeros en los que nuestro llorado Aldo Sambrell establecería contacto con el género cinematográfico en el que desarrollaría principalmente su labor y en el que establecería un determinado arquetipo, por el cual será siempre recordado. Antes de esta eclosión, sin embargo, ya habrá aparecido en pantalla en dos títulos tan dispares como “Rey de reyes” (Nicholas Ray, 1961), donde, según IMDB tendría un papel prácticamente de figurante (sin acreditar) como rebelde judío, y en “Atraco a las tres” (José María Forqué, 1962), tal como se detalla en la filmografía que aparece en la correspondiente entrada dentro del seminal libro “Las estrellas de nuestro cine” de Carlos Aguilar y Jaume Genover. En la espléndida comedia del director aragonés, Aldo Sambrell incorporará (según cree este burgomaestre) al entrevisto tercer atracador real, que completa el trío de malhechores el cual integra con la escultural Katia Loritz y el chusco Alberto Berco.

Entrando en la leyenda con Sergio Leone

Inseparable de la filmografía del gran Sergio Leone (Roma, 3/1/1929 –30/4/1989), de quien llegaría a hacerse amigo íntimo (el director llegaría a apadrinar a uno de los hijos del actor) Aldo Sambrell intervino prácticamente en todos los títulos firmados por el gran genio romano del western, desde “Por un puñado de dólares” (1964) hasta “¡Agáchate maldito!” (1971), formando una especie de “compañía estable” con otros actores españoles tales como Frank Braña, José Canalejas, Antonio Molino Rojo o Lorenzo Robledo, e italianos como Mario Brega o Benito Stefanelli, para componer el rico y prolijo entramado humano de la tipología que, según la visión de Leone, nutría lo que podríamos considerar el “coro operístico” del bando criminal en el western. Su papel más recordado y notorio tal vez fuera el de “Cuchillo”, uno de los miembros de la partida de “El Indio” (Gian Maria Volonté) en el mítico western de Sergio Leone “La muerte tenía un precio” (Per qualche dollare in più, 1965). Su final en la ficción del film es tan alambicado y barroco como corresponde al estilo inconfundible de Leone. El arma que le presta su apodo le es sustraída mientras duerme por “El Niño” (Mario Brega), un compañero de la banda, por indicación de su jefe, “El Indio”. Con el cuchillo robado, “El Niño” mata a Slim (Werner Abrolat), otro miembro de la banda y deja escapar a los dos caza recompensas que tienen prisioneros, “El Manco” (Clint Eastwood) y el coronel Mortimer (Lee Van Cleef). Más tarde, “El Indio” culpa a “Cuchillo” de lo sucedido y lo mata a tiros en presencia del resto de los bandidos, para enviarles en busca de los fugados y librarse así de ellos. Especialmente inspirada resulta la indirecta manera en que “El Indio” hace su acusación. Le pregunta a “Cuchillo”, mostrándole el cadáver de Slim: “¿Conoces ese cuchillo?” A lo que el interpelado contesta: “Es el mío”. Y su retorcido líder comenta: “Y no está donde debería estar...”

En contraposición a tan refinado mutis, el personaje de Aldo Sambrell en la monumental “Hasta que llegó su hora” (C’era una volta il West, 1968), otra vez miembro de un “gang” –en esta ocasión el del pistolero “Cheyenne” (Jason Robbards) perecerá en elipsis, en el transcurso de un asalto a un tren y sólo veremos su cadáver cuando el despiadado pistolero Frank (Henry Fonda) llegue al lugar de los hechos. En el conjunto de una obra tan monumental como la de Sergio Leone, no es desdeñable en absoluto la importancia dada a la presencia de Aldo Sambrell, a quien fácilmente se le descubre como elemento compositivo en muchos planos en los que su presencia parece imprescindible para el director, pese a no tener diálogo que defender.

Auge y decadencia de un cierto cine. Más allá (o más acá) de Leone

El fenómeno de las coproducciones y del rodaje en nuestro suelo de películas de capital extranjero, tras un explosivo aumento (propiciado en buena medida por los éxitos de los films de Leone) conoce un consecuente declive que se convierte en desplome a partir de 1974. El tipo de cine en el que Aldo Sambrell frecuenta su participación, tras diversificarse un tanto (agregándose al western los géneros bélico, de aventuras, de gángsters y terror), cae en desuso, perviviendo únicamente los subproductos menos dignos a partir de, pongamos, 1972. La proliferación del western europeo se ve revitalizada y, paradójicamente, herida de muerte, con la irrupción del “fenómeno Trinidad” que da lugar a la contaminación por la vía paródica y a la autorreferencia. El singularísimo actor que fue Aldo Sambrell, una infrecuente combinación de atleta y comediante, con raíces españolas y savia mexicana, pasa de actuar en hasta una decena de títulos (en el año 1968), a participar en tan sólo tres en 1974. Expresada en números, la parte principal de la carrera de Aldo Sambrell nos dice que el actor recientemente fallecido intervino en ocho películas (todas westerns) en 1964; en siete, en los años 1965 y 1966, y que puso su nombre en los repartos de seis films de 1967. Como decíamos antes, estuvo en nada menos que diez títulos de los producidos en 1968, para decaer un tanto su presencia en los años siguientes. Su nombre figura en los elencos de cinco películas producidas en 1969 y en sólo cuatro de 1970. Repunta un tanto la actividad de Aldo Sambrell al año siguiente, diversificando los géneros, con el auge del terror y la fantasía, rodando siete películas en 1971, y seis en el bienio siguiente (1972 y 1973), para pasar a continuación a un periodo de menor proliferación en las producciones de los restantes años de la década. En cuanto a los filmes en los que obtuvo papel, habida cuenta de que la lista de su filmografía supera los ciento cincuenta títulos, resulta difícil destacar sólo algunos, y prolijo, el pretender dar una idea algo más que aproximada de la carrera cinematográfica. Citaremos, por orden cronológico aquellos que (por una razón u otra) nos parezcan más relevantes de acuerdo con nuestro particular criterio, haciendo salvedad de los films, todos ellos imprescindibles, de Sergio Leone. Así, en 1964, Aldo Sambrell encarnará el papel de “Rojo”, el jefe de una partida de bandidos mexicanos, en “Los pistoleros de Casa Grande”, un western cansino de Roy Rowland, un veterano director norteamericano, en el que el protagonismo corrió a cargo del poco habitual del género, nuestro galán Jorge Mistral. A las órdenes de directores españoles, actuó en dos películas del poco adecuado Ramón Torrado, “Relevo para un pistolero” y “La carga de la policía montada”, en otras dos del siempre voluntarioso y ocurrente José María Elorrieta, “El hombre de la diligencia” y “Fuerte perdido”, y en una del luego especialista en el cine de terror, Amando de Ossorio, “La tumba del pistolero”. En 1965, encontramos títulos que ya sitúan a Aldo Sambrell fuera del género que le dio a conocer, como “Los cien caballeros” de Vittorio Cottafavi, o “Tres sargentos bengalíes”, de Umberto Lenzi. En 1966, además de participar en media docena de westerns (entre los que destacamos el reencuentro con Joaquín Romero Marchent en “La muerte cumple condena”), interviene en la coproducción norteamericana “Mando perdido”, que dirigió el desigual Mark Robson. Al año siguiente, además de actuar en la producción internacional dirigida por Ken Annakin, “La leyenda de un valiente”, que contó con el protagonismo de Yul Brynner, Aldo Sambrell rodó a las órdenes de Sergio Corbucci “Los despiadados”, que tenía al frente del reparto al mítico Joseph Cotten. De los diez títulos de 1968 de la filmografía de Aldo Sambrell, vale la pena mencionar “Cara a cara”, de Sergio Sollima y, para los amigos de lo bizarro, “Superargo, el gigante”, de Paolo Bianchini. En 1969, participando del festín carnal que suponen las exuberantes presencias de Raquel Welch, Jim Brown y Burt Reynolds, actúa en “Los cien rifles”, que dirigió el irregular Tom Gries, y, al año siguiente, interviene en otro film de proyección internacional, “Cañones para Córdoba”, que dirigió Paul Wendkos y protagonizó George Peppard. Para 1971, la agenda de Aldo Sambrell señalaba siete rodajes, que le pusieron a las órdenes de directores tan variopintos como Burt Kennedy (especialista en filmar westerns ligeros), Michele Lupo, Arthur Lubin, el magistral Richard Fleischer (para su film, “Fuga sin fin”), León Klimowsky, Kevin Billlington (que le dirigió en su verniana “La luz del fin del mundo”y, naturalmente, el coloso Sergio Leone (que no quiso prescindir de Sambrell para su “¡Agáchate, maldito!”. En 1971, Aldo Sambrell continúa engrosando la lista de ilustres directores con los que filma, alternando su participación en “Viajes con mi tía”, de George Cukor, con la de “Una ciudad llamada Bastarda”, que firmó Robert Parrish, o con la de “Marco Antonio y Cleopatra”, del actor metido a director, Charlton Heston. El muy hábil Eugenio Martín también cuenta con Sambrell para el ambicioso western “El hombre de Río Malo”, donde el pasmoso reparto reunía a James Mason, Lee Van Cleef y Gina Lollobrigida con nuestros Simón Andreu, Eduardo Fajardo y Diana Lorys. El cóctel de películas cosecha de 1973 resulta, si cabe, aún más explosivo, pues coloca a Aldo Sambrell (en un papel protagónico, además) en “Vudú sangriento”, incursión en el terror del ínclito Manuel Caño, en la deliciosa (gracias a la magia de Ray Harryhausen) “El viaje fantástico de Simbad”, de Gordon Hessler, o en la tercera entrega de la saga cinematográfica en torno al detective negro Shaft, “Shaft en África”, que firmó el impersonal John Guillermin.

Última etapa

En 1974, Aldo Sambrell debuta en la dirección con un primer film que, además protagoniza y del que ha escrito íntegramente su guión, “La última jugada”. Se trata de una película del género que podríamos llamar de “intriga criminal” sobre un agente en pos de unas pinturas misteriosamente robadas. Coprotagonizada por su esposa, la actriz Candice Kay (Cándida López Cano), la cinta sería la primera de una serie de realizaciones que Aldo Sambrell pondrá valientemente en pie a través de su productora “Asbrell” a razón de, aproximadamente, un título por año, durante los diez siguientes. Con títulos como “Sol sangriento” (1978), o “La fuerza del deseo” (1984), conocerán una carrera comercial modesta y su repercusión crítica será prácticamente nula. En cuanto a su labor estrictamente actoral, Aldo Sambrell continuará alternando apariciones en películas internacionales de amplio presupuesto como “El viento y el león” (John Milius, 1975), con fiascos absolutos como “Atraco en la jungla” (Gordon Hessler, mismo año). Así, se le podrá encontrar en bodrios tan equivocados como “La loba y la paloma” (Gonzalo Suarez, 1974), en chapuzas como “Los diablos del mar” (Juan Piquer, 1981), en films ignotos como “Cuatro locos buscan manicomio” (Rafael Gordon, 1980), en éxitos comerciales como “El perro” (Antonio Isasi Isasmendi, 1976), o en productos que basan su existencia en cierto recuperación nostálgica de, precisamente, el tipo de cine que representa el mismo Aldo Sambrell, como son “Yellow Hair and the Pecos Kid” (Matt Cimber, 1984), “La flecha negra” (John Hough, mismo año), “Al Oeste del Río Grande” (José María Zabalza, 1983), o “Los tres supermanes contra el padrino” (Italo Martineghi, 1986). Los directores de prestigio brillan por su ausencia en los últimos años de la carrera de Aldo Sambrell y se ven cruelmente sustituidos por cineastas de la talla de Javier Elorrieta o René Cardona jr.

El tramo final de la carrera de Aldo Sambrell produce una sensación descorazonadora, como si estuviéramos contemplando la descendente curva de un declive imparable. Pero no cabe equivocarse, pensándolo detenidamente se hace evidente aquello que dijera para la eternidad Norma Desmond (con la increíble faz de Gloria Swanson) en “El crepúsculo de los dioses”, al oír decir de ella que “solía ser grande en el pasado”: “Yo soy grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas”.

Alfredo Sánchez Brell, Aldo Sambrell, el icono, la persona, nos han dejado. Su marcha es un testimonio más de que nada volverá a ser como antes. Nosotros, menos que nada. Descanse en paz, el Bueno, el Grande, de Aldo Sambrell, un actor español, madrileño aficionado del “Atleti”, que pasó por la pantalla simulando ser un italiano que hacía de mexicano. Y lo que es más, pretendiendo ser “Uno de Los Malos” Tuvo la inmensa satisfacción de tenernos engañados a todos los espectadores ¿Cabe mayor gloria, para un actor?

PD: me cuentan quienes le conocieron personalmente que, siendo su imagen en la pantalla impresionante, quedaba reducida de tamaño si se comparaba con su bondadosa cercanía, con su accesibilidad y simpatía. Quede constancia de ello, como mejor homenaje a su memoria.

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jueves, julio 08, 2010

Recordando a Isabel de Pomés. Cuatro retratos.

Nos mira seductora desde la portada del número 27 de la revista “Cámara” , publicado en diciembre de 1943. Para aquel entonces ya había protagonizado una de las películas más sensibles y brillantes de la prometedora carrera de Rafael Gil, “Huella de luz”. Isabel de Pomés, heredera directa de la gloria del estrellato de su padre, el galán Félix de Pomés (Félix de Pomés Soler, Barcelona, 5-2-1893 – 17-7-1969), encarnó como nadie el ideal de la dulzura femenina, sin ceder por ello terreno al avance siempre acechante de la cursilería. ¡Adorable Isabel! Tenía en el fondo de su mirada y en el envés de su sonrisa ingenua una atrayente y sólida capa de inteligencia. ¡Divina Isabel! Tan dotada de hermosura como de fragilidad etérea, traslucía en sus delicados rasgos la raíz de una personalidad tan limpia y fresca, como sensata y prudente. ¡Espléndida Isabel! Criatura primorosa a la que el espectador sensible querría preservar de todo mal, y a cualquier precio. Con la carnalidad discreta y permisible, centrada en una boca apetitosa, Isabel de Pomés fue la heroína perfecta para títulos tan exitosos como “Botón de ancla” (Ramón Torrado, 1948) o “Marcelino, pan y vino” (Ladislao Vajda, 1955), tan memorables como la singular y genial “La torre de los siete jorobados” (Edgar Neville, 1944), tan populares como “La culpa del otro” (film de Ignacio F. Iquino de 1942, del que hablamos en la entrada dedicada a Camino Garrigó) tan fascinantes como “Vida en sombras” (Lorenzo Llobet, 1948), tan certeros como “Amanecer en Puerta Oscura” (José María Forqué, 1956), film comentado aquí con ocasión de las entradas dedicadas a Valeriano Andrés, José Sepúlveda, Fernando Cebrián y Luis Peña .

Transformada por el “photo-soft” de la época en una suerte de cromático y luminoso dibujo animado, encontramos a Isabel en un programa de mano coleccionable de los que CIFESA, la productora que la tuvo bajo contrato durante los primeros años cuarenta, difundió como muestrario de su poderío estelar. Isabel de Pomés, fue en efecto, uno más de los rutilantes astros que conformaron la constelación de la productora valenciana, que trató, mientras pudo, de mantener viva y digna la comparación de su política de empresa con el modelo hollywoodiense. La imagen de Isabel de Pomés, nacida en Barcelona un 10 de abril de 1924, posee la magia fantástica de la primera juventud, esa en la que todo es nuevo y brillante, y el amor, la risa y la furia nacen a borbotones, de manantiales vírgenes.

Tocada de la brillante pátina del imperial fotógrafo de la escena española, el húngaro Juan Gyenes (Kaposvar, 21-12-1912 – Madrid, 18-5-1995), Isabel de Pomés se nos muestra en la siguiente imagen más exquisita. El objetivo del artista de la cámara se ha acercado al rostro de la joven actriz y a través de su mirada ligeramente asimétrica nos ha ofrecido un retazo de su alma. Hay en este impresionante retrato (tomado de las páginas del sensacional libro de Santiago Aguilar, “Edgar Neville: tres saientes criminales”, publicado por Filmoteca Española) menos “glamour” que en la portada de “Cámara” y menos pirotecnia que en el cromo de CIFESA, pero a cambio se eleva mucho más alto, tajante, por la vía del magnetismo espiritual.

El último retrato, expuesto que fue en la portada de la revista “Ondas”, en su número 92, publicado, como puede verse, el 1 de octubre de 1956, nos trae una Isabel de Pomés todavía joven, pero en la que su serena belleza ha ganado corporeidad y aplomo. Sus grandes ojos todavía destellan luces cegadoras, pero apartan la mirada, en lugar de buscar la nuestra. Ya no nos invita a soñar con su refugio, más parece aceptar incómoda el efecto hechicero que sabe nos produce. En el interior de la revista a la que Isabel prestó su rostro para su portada, se da cuenta del rodaje de la película a la que pertenece la imagen, una producción de “Terra Films”, una empresa nueva que pusieron en pie cinco socios entusiastas, Jaime Serra, Eugenio Ferry, Jesús Bellapart, Manuel R. Cabello y Jaime Bertomeu. El film, cuyo título de rodaje era “Nuevo despertar”, lo dirigió Manuel R. Cabello, y nunca llegó a estrenarse. Con el recientemente fallecido Ricardo Palmerola como protagonista quien, finalmente, se hacía con el premio del suave y firme amor de Isabel, el film, que contaba con Mario Beut y la joven desconocida norteamericana Myrna Braid en el reparto, narraba una historia de pasión y violencia en un realista ambiente pescador, localizándose en escenarios naturales del popular barrio barcelonés del Campo de la Bota.

Isabel de Pomés nos dejó el 31 de mayo del 2007. Para entonces, su lozano esplendor juvenil era sólo un dulce y lejano recuerdo. Por otra parte, la pujanza de su carrera profesional, extinta con el final de la década de los cuarenta, dio paso a un dignísimo transcurso en los cincuenta y a un discreto jugueteo con la madurez en los sesenta, pero su embriagador encanto, inscrito de manera indeleble en tantas películas, sigue invariable y eterno entre nosotros hoy, como el primer día.

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