Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

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viernes, mayo 23, 2008

La abuelita que todo el mundo debería tener: Camino Garrigó

Si algún amable visitante habitual de este weblog (o lo que sea), o algún curioso ocasional o un despistado navegante en su deriva por la red, tiene algo en contra de las venerables ancianitas, que deje en este punto la lectura de la presente entrada porque nuestra protagonista de hoy encarna, precisamente, el arquetipo esencial de la dulce viejecita. Una mujer muy entrada en años que recuerda a la dueña de Tweety (Piolín, en versión hispana), el canario de la Warner BROS (pajarillo con el que mantiene, además, un parecido razonable) o a la protagonista de “El quinteto de la muerte” (The Ladykillers, Alexander Mackendrick, 1955), por citar dos ejemplos de alcance universal.

Camino Garrigó (Pamplona, 1869, Barcelona, 1954 –según la única fuente conocida en la que figura tal dato-), permanece en el imaginario del cine español, como otros colegas suyos, que accedieron igualmente a la popularidad que dan las pantallas a avanzada edad, como si nunca hubiera sido joven, anclada su efigie a los rasgos de la ancianidad. Como en el caso del también navarro Joaquín Roa, o de Luis Barbero, el público mayoritario accede a las interpretaciones de Camino Garrigó cuando ya ha acumulado muchos años de experiencia. Otros casos de abuelitos populares, auténticas estrellas como Isabel Garcés, Paco Martínez Soria, o el mismísimo Pepe Isbert han dejado la huella más indeleble de su arte en películas que protagonizaron cuando ya habían sido, muchos años atrás, primeras figuras en la escena. Es, en cierto modo, una grave injusticia que quede tan escasa parte de su trayectoria profesional como legado para la posteridad, pero al menos en ellos, su condición de estrellas les ha concedido la atención de numerosos fans que son conscientes de su pasado. Camino Garrigó, en cambio, nunca superó su estadío de actriz secundaria, dedicada a dar vida a personajes episódicos y unidimesionales. Cosa que resulta más que suficiente para que este burgomaestre haga un intento por acercar su figura, valiéndose de la escasa información de que dispone, al público en general y a los amigos de Lady Filstrup, en particular.

Una niña que salió de Pamplona

En entrevista concedida a Leocadio Mejías para la revista “Radiocinema”, publicada en el número 105 de fecha 30 de octubre de 1944, doña Camino (de la que hemos colgado junto a estas líneas un retrato reproducido en las páginas de la revista citada, en la que se le ve con bastantes años menos de los que contaba entonces) describía su situación de completa soledad en el mundo y su resignación a tal circunstancia, también que se sentía feliz en Madrid, a pesar de tener su residencia en Barcelona gracias a las atenciones de sus muchos amigos y a que allí, al menos, sentía la cercanía de su padre, allí enterrado. Relataba también, por último, cómo su mayor ilusión de toda la vida había consistido, simplemente, en volver a su pueblo, a la Pamplona de la que había salido en 1892, con ocho años de edad, rumbo a Madrid. Al dejar su ciudad natal tan tempranamente, la actriz desarrolló un sentimiento nostálgico que se debió imponer en su temperamento, dándole una pátina de melancolía que ayudó a formar su personalidad cinematográfica. Los personajes interpretados por Camino Garrigó, eran, como ella, delicados, carentes del carácter dicharachero de otras ancianitas famosas, como la Abuelita Paz creada por el gran dibujante Manuel Vázquez, o el arquetipo de abuelita ingenua pero vitalista habitual de la Isabel Garcés metida en años, o el más resuelto (y, en ocasiones, avinagrado) que compuso Aurora Redondo en sus últimos treinta años de vida, o el disparatado rol de la última Guadalupe Muñoz Sampedro. Las creaciones de Camino Garrigó transmitían extrema delicadeza, muy próxima a la fragilidad, la cual cosa, sin duda, hacía que diera la impresión de parecer mayor en pantalla de lo que realmente era. Los suyos eran personajes a los que había que preservar de cualquier sobresalto, o quebranto, que se espantaban de su sombra y que debían vivir protegidos bien por abundantes capas de sayas, mantos, gorritos y miriñaques, bien por sobrias y largas vestiduras negras, sólo prestos para tareas escasamente arriesgadas y preferentemente sedentarias, como tomar el té, hacer costura o practicar la oración. Entre 1939 y 1949 (años en los que se desarrolló la carrera cinematográfica de Camino Garrigó, aunque estrenó algunas películas a título póstumo), en España, a las mujeres de la edad de nuestra protagonista de hoy tampoco se les reservaba, por otra parte, un papel de mayor relevancia.

Pisando las tablas

Es con dieciséis años de edad que Camino Garrigó debuta en el madrileño escenario del teatro de La Comedia, en “Tierra baja”, de Àngel Guimerà, como integrante de la compañía de Rosario Pino y Enrique Borrás, haciendo de “oyente del pueblo”, sentada de espaldas al público. Un modesto bautismo de fuego que dio inicio a una trayectoria bajo la luz de las candilejas de cuarenta años de recorrido, que la llevó por todos los teatros de España y que la hizo cruzar el Atlántico en diversas ocasiones, haciendo varias temporadas en las Américas.

Consigue hacer realidad su sueño de volver a su ciudad natal, cuando, formando parte de la compañía de Irene López Heredia, recala en Pamplona. Cuenta entonces cuarenta y cinco años y su reencuentro con la localidad que le vió nacer tiene un sabor agridulce. Da sin dificultad con la casa de sus padres y con la juguetería de la que salieron las muñecas que alegraron su primera infancia, pero los años transcurridos ponen una distancia insalvable entre sus recuerdos y la ciudad que descubren sus ojos.

Una de las imágenes del cine español de la inmediata posguerra

El hecho es que Camino Garrigó accede al mundo de la pantalla grande, en el momento vital en el que ya ha rebasado la madurez, contando setenta años de edad, cuando en España se acaba de poner fin a la terrible contienda civil. Es la suya, por imperativo biológico, una carrera corta que se desarrolla en una década en la que en el cine español prima un afán escapista que le lleva a relatar historias alejadas de la triste realidad social, de auténtica miseria, que se está viviendo. No obstante la brevedad de su paso por las pantallas, cabe distinguir dos etapas en su trayectoria. La primera, marcada por su contrato con CIFESA, la productora valenciana que figuró a la cabeza, de manera muy destacada, en la producción de películas en España durante los primeros años cuarenta, representa su periodo de mayor actividad, debido al sistema de la empresa, inspirado en el de los grandes estudios hollywoodienses, de producción en serie. La segunda coloca a la actriz en proyectos algo más independientes, habitualmente, reclamada por directores que la conocen del periodo anterior, especialmente, Rafael Gil. Así, en sus primeros cuatro o cinco años de actuaciones cinematográficas, bajo la marca de CIFESA,Camino Garrigó se encuentra inmersa en películas de corte folletinesco y ambientación aristocrática llenas de personajes ociosos, excéntricos y artificiosos, o cintas aparentemente inscritas en el género de “pandereta y castañuela”, como el díptico del director de Luis Marquina formado por “Torbellino” (1941) y “Malvaloca”(1942), que, sin embargo, contienen algún elemento digno de comentario más allá de la etiqueta que, a primera vista, parecen merecer. La primera película es un vehículo a mayor gloria de la tonadillera Estrellita Castro, que hace el papel de Carmen, una cantante flamenca vivales y pizpireta que viaja de su Andalucía natal a Madrid, haciéndose pasar por la sobrina del director de una radio de la capital, Don Segundo (Manuel Luna), quien por causa de su personalidad aburrida y tristona fruto de su origen ( es vasco), está llevando a la ruina su emisora. Naturalmente, el desbordante gracejo de la minúscula “cantaora” revitaliza las ondas de su supuesto tío, rápidamente. Este contraste entre el embrujo luminoso del Sur y la sobriedad norteña se reproduce en el otro título de Marquina. Nuevamente, una joven andaluza forma pareja con un hombre del norte, en este caso, un asturiano. “Malvaloca” adaptaba una obra algo sombría (contrariamente a su estilo más habitual) de los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, con las máximas estrellas de la productora como protagonistas: Amparo Rivelles en el papel de Rosita “Malvaloca” y Alfredo Mayo como el fundidor Leonardo. La trama nos relata cómo la joven malagueña Rosita se ha dejado seducir por el señorito Salvador (Manuel Luna) para escapar de la miseria, siendo abandonada dos años más tarde. Con la reputación arruinada, tan sólo Leonardo, un taciturno joven que está en el pueblo para reparar la campana “Golondrina” se permitirá enamorarse de ella, lo cual le lleva a desafiar las habladurías y a hacer de la joven su mujer.

En la segunda etapa de la carrera de Camino Garrigó, y alejadas de manera muy remarcable, de estos parámetros estilísticos, hallamos dos películas ciertamente interesantes: “Vida en sombras” (Lorenzo Llobet Gracia, 1948) e “Historia de una escalera” (Ignacio F. Iquino, 1950). La primera, uno de los títulos “malditos” del cine español, muy mal estrenado y distribuido, resulta un ejercicio de cinefilia extravagante, con el protagonismo de Fernando Fernán-Gómez como uno de sus principales alicientes . La segunda, con José Suarez, Elvira Quintillá y Maruchi Fresno en los papeles principales, fue la pronta adaptación al cine de la muy influyente ópera prima de Antonio Buero Vallejo y premio Lope de Vega del año de su estreno (1949). Una película que supone, de alguna manera, un intento de trasladar la inquietud por el tema social que había hecho nacer la obra original en la adormilada escena teatral al cine, o , lo que es lo mismo, un film que marca la enorme distancia que se había interpuesto, en la sociedad española, entre la realidad cotidana y su cinematografía. Un “largo y tortuoso camino” que había recorrido la Garrigó, inmersa en ese medio de expresión, desde 1939, el camino que va desde la devastación hacia las primeras briznas de esperanza .

Debutando de la mano de un debutante : Gonzalo Delgrás

Las películas de Gonzalo Pardo Delgrás (a quien podemos ver al lado de estas líneas, en pose interesante, en fotografía publicada en 1944 en “Radiocinema”) han envejecido muy mal. Su sintáxis es chirriante y sus temas, más que pasados de moda, pueden catalogarse hoy de vestigios del pasado. No obstante, actualmente resultan disfrutables, precisamente por la extrañeza que causan, por lo ajenas que se perciben por el espectador actual, exudando ese encanto que los restos arqueológicos contienen.

“La tonta del bote” (1939), película que adaptaba por primera vez a la pantalla una exitosa comedia de Pilar Millán Astray (La Coruña, 1879-Madrid, 1949, hermana, sí, del tristemente conocido fundador de la Legión española y fallecida, repentinamente, durante un homenaje a la actriz Josita Hernán, precisamente protagonista del film), la cual volvió a trasladarse al cine dos veces más, primero en 1956 bajo el título de “La chica del barrio”, dirigida por Ricardo Núñez y despúes, en 1970, con dirección de Juan de Orduña, como vehículo a la medida de la muy popular Lina Morgan. Esta historia de trama emparentada con el cuento de la Cenicienta supuso la primera de una serie de actuaciones de Camino Garrigó a las órdenes de Gonzalo Pardo Delgrás, un director hoy completamente olvidado (y no sin causa) quien volvió a contar con ella en seis más de la veintena de títulos que dirigió a lo largo de su carrera, desarrollada entre 1939 y 1960, los cuales fueron: “Los millones de Polichinela”(1941), “La doncella de la duquesa” (1941), “La condesa María” (1942), “El misterioso viajero del Clipper” (1946), “El hombre que veía la muerte” (1949) y “La mujer de nadie” (1950). En muchos de estos films tenía una aportación relevante Margarita Robles, la actriz y guionista esposa del director. Mujer de inquietante presencia, suyo es el protagonismo en los tres títulos de los años 1941 y 1942, así como la coautoría del guión de “La condesa María” , de “El misterioso viajero del Clipper” y de “El hombre que veía la muerte”.

Por comentar alguno de los títulos citados, digamos que, por ejemplo, “Los millones de Polichinela” relataba la peripecia de una estudiante (Marta Santaolalla) enamorada de un cadete (Luis Peña) a la que sus padres querían casar con un millonario norteamericano (Manuel Luna) hasta que éste comprende lo imposible de su amor y accede, gustosamente, a contribuir con su propia fortuna a la felicidad de los dos jóvenes enamorados. Por otro lado,“La condesa María” era la adaptación para la pantalla de un indigesto melodramón de Juan Ignacio Luca de Tena, poblado de hijos mártires de la guerra que vuelven de la tumba, de herederos a título, de madres abandonadas y de hijos naturales donde a Camino Garrigó le correspondía el agradecido papel de Rosalía, criada impertinente “de casa, de toda la vida”, que trataba de puntualizar con cierta retranca, las actuaciones de los tunantes señoritos, encarnados por Rafael Durán y José Prada. El primero, uno de los galanes de más frecuente presencia en el cine español de toda la década de los cuarenta, ha quedado, sin duda, como el protagonista más repeinado, redicho y con el juego de cejas más flexible de la historia del Séptimo Arte. Como actor predilecto del director Rafael Gil, seguiremos hablando de él en el siguiente epígrafe.

En títulos de alto rango, de la mano de Rafael Gil

El nombre de Rafael Durán, en la cabecera del cartel, coincidió frecuentemente, con el de Camino Garrigó, colocado en lugares menos destacados. Si Gonzalo Delgrás los reune ya en su película de debut, y vuelve a tenerlos a sus órdenes, dos años después, en “La condesa María”, es Rafael Gil quien toma el relevo en la tarea de dirigirles a ambos otros dos años después, en la mítica “El clavo” y, tres años más tarde, una vez más, en “La fe”. La intervención de la actriz navarra tenía un carácter meramente episódico en el primer título, donde interpretaba un breve papel como viajera de la diligencia dura de oído, compañera de asiento de Juan Calvo, tosco hombre de campo al que desconcertaba con sus confusiones, y algo más destacado en el melodrama de trasfondo religioso nombrado en segundo lugar.

Con ser relevantes los films de Rafael Gil protagonizados por Rafael Durán, no lo son menos los que dirigió otorgando el papel principal a Antonio Casal. Confiriendo un carácter distinto a cada película, en perfecta consonancia con el protagonista elegido, Rafael Gil (al modo en que Alfred Hitchcock repartía sus historias para los distintos “tonos” de sus prototípicos James Stewart o de Cary Grant ) hacía dramas de solidez algo encorsetada para los que resultaba idóneo Rafael Durán y comedias “a lo Capra”, para las que Antonio Casal resultaba pintiparado. Pues bien, también en esta vertiente encontraban acomodo las interpretaciones de Camino Garrigó, que intervino en el primer largometraje del director, “El hombre que se quiso matar”(1942), e hizo de madre del actor en “Huella de luz” (1943), ambos títulos con argumento y guión de Wenceslao Fernández Florez . El segundo de los cuales obtuvo el primer premio del Sindicato del Espectáculo de aquel año, dotado con 400.000 suculentas pesetas. Entre una y otra, estrenada en 1942, los mismos Antonio Casal y Rafael Gil están al frente de “Viaje sin destino” (que se alzó con un sexto premio del Sindicato Nacional del Espectáculo, dotado con 100.000 pesetas), donde también hallamos a Camino Garrigó, una película que, como asúmía su director en entrevista concedida a Diego Galán, como todas su apuestas más personales, resultó un completo fracaso de público. Quizá fuera esta consciencia de sus limitaciones la que impulsara al director a asegurarse la solidez de una buena base literaria en la inmensa mayoría de sus proyectos. Enamorado del humorismo de mejor ley, con Jardiel Poncela, Wenceslao Fernández Florez o Miguel Mihura a la cabeza, abraza con igual entusiasmo adaptar a Cervantes, o a Unamuno, por citar sólo los nombres más reconocidos. La última de la películas de Rafael Gil con Antonio Casal como protagonista y con Camino Garrigó en el reparto fue “El fantasma y doña Juanita” (1944), que adaptaba una novela de José María Pemán y que supuso la última película de la actriz para CIFESA, productora que se precipitó, al año siguiente, en una profunda crisis de la que, no obstante, logró recuperarse dos años después para, definitivamente, producir su última película en 1951.

Las actuaciones de Camino Garrigó bajo la batuta de Rafael Gil no se limitan a las cinco películas citadas, protagonizadas por Rafael Durán y Antonio Casal, también interviene en dos películas de la etapa “Aspa Films” del director, es decir, de su etapa de colaboración con el guionista Vicente Escrivá. Son “La señora de Fátima” (1951) (de la que algo dijimos aquí, a propósito de la presencia en ella del gran Félix Fernández) en la que interpreta, en un papel efímero, a una madre que trata de interceder por su hijo, un cura que se ve abocado al destierro, ante las pérfidas autoridades izquierdistas encarnadas en Fernando Rey, y “Sor Intrépida” (1952), una película a mayor gloria del sacrificio de las monjas en las Misiones, protagonizada por la francesa Dominique Blanchard, con el por aquel entonces habitual de los films de Gil, Paco Rabal en un papel secundario. Según los datos de que disponemos, ambas cintas fueron estrenadas tras el fallecimiento de la actriz.

El tercero más frecuentado: Jerónimo Mihura

Si Gonzalo Delgrás (en íntima colaboración con su esposa, Margarita Robles) y Rafael Gil fueron dos directores importantes en la corta carrera cinematográfica de Camino Garrigó, también Jerónimo Mihura contó con la actriz navarra de forma reiterada. En la primera ocasión en la que don Jerónimo , un cineasta que desarrolló su labor bajo la enorme sombra que proyectaba su famoso hermano Miguel, fue para su “Castillo de naipes” (1943), un film de intriga con humor en el que, caso poco habitual en las películas de su hermano, Miguel Mihura tiene una intervención más bien escasa, según los títulos de crédito (aunque, circula la creencia, basada en testimonios de peso, como el de Adolfo Marsillach, de que era él quien realmente dirigía a los actores). Mucho más presente está el autor de “Melocotón en almíbar” en la siguiente participación en el reparto de Camino Garrigó en el cine de los hermanos Mihura, la película protagonizada por Sara Montiel (en su etapa pre-hollywoodiana), “Confidencia” (1947), un drama polícíaco en el que la incipiente estrella provocaba el enfrentamiento de dos amigos, quienes eran Julio Peña y Guillermo Marín. Por último, la tercera vez que encontramos a doña Camino en la trayectoria de Jerónimo Mihura es en “El señorito Octavio” (1950), una adaptación de una novela de Armando Palacio Valdés, autor que, casualmente (o no) estaba en la génesis de una película anterior, la giliana “La fe”. Con María Martin, Conrado San Martín y Tomás Blanco de protagonistas, lo cierto es que, para desgracia de sus responsables, no gustó nada.

Dos que la llamaron dos veces: Iquino y Serrano de Osma

De Carlos Serrano de Osma se ha dicho (y no sin motivo) que era un cineasta original. Procedente del mundo de la crítica cinematográfica (como, por otra parte, un cineasta mucho más tradicional, Rafael Gil), Serrano de Osma ejercía dicha tarea , concretamente, en la revista “Cine Experimental”, junto a sus compañeros de inquietudes cinéfilas, tales como Pedro Lazaga, Fernando Fernán Gómez, Salvador Torres Garriga, Aurelio G. Larraya, o Lorenzo Llobet Gràcia, a algunos de los cuales los encontramos en los títulos de crédito de “Embrujo” (1947). En esta película, Camino Garrigó interpreta el personaje de la Taranta, la fiel tata de la bailaora que interpreta Lola Flores y figura en el reparto sólo por debajo de las dos estrellas principales (a la Faraona se unía el cantaor Manolo Caracol) y de Fernando Fernán-Gómez, por encima de María Dolores Pradera. El film narra, en un prolongado “flash back” la historia del amor desdichado de Lola y Manolo, que contiene algunos puntos de contacto argumental con “Ha nacido una estrella” (William Wellman, 1937) y todavía hoy sorprende por su barroquismo visual de intención expresionista La película, que era la segunda de las tres que Serrano de Osma dirigió para la productora independiente que había fundado con otros tres socios, BOGA SA, aguantó siete días en cartel con ocasión de su estreno.

“Rostro al mar” (1951), la otra película en que Serrano de Osma tuvo a Camino Garrigó a sus órdenes era una producción de Antonio Bofarull (un productor al que le gustaba salir en sus películas) para Titan Films sobre una esposa que busca a su marido, en paradero desconocido. Contiene una de las pocas actuaciones del gran doblador y actor de radio Juan Manuel Soriano quien, por aquellos primeros años cincuenta, tuvo diversas oportunidades de ponerse ante las cámaras, a menudo con Rovira Beleta como director y con Antonio Bofarull como financiero.

Ignacio Farrés Iquino, ese gigante “factotum” del cine español del que recientemente nos ocupamos un tanto en una entrada anterior (la dedicada a Estanis González), rompió, como hemos visto antes, su habitual línea de cine intrascendente y comercial llevando a la pantalla la muy sobresaliente (en especial, por lo que significó, en el panorama teatral, en aquellos años, todavía significante en la sociedad española) “Historia de una escalera” (1950), proyecto para el que contó con el concurso de Camino Garrigó y que rodó al año siguiente del exitoso estreno de la obra teatral.

Ocho años antes, en un registro totalmente diferente, el mismo director había dado un papel destacado a la actriz en una película bastante disparatada, llena de ingredientes dispares, en un auténtico cóctel de distracción que se tituló “La culpa del otro”. Un título que ha estado desaparecido muchos años y que sólo recientemente ha podido verse íntegro.

“La culpa del otro” se estrenó en Madrid, en el cine Rialto, el 9 de noviembre de 1942. Dirigida por Iquino sobre un guión propio, era una producción de Aureliano Campa para CIFESA que contenía, en su mismo comienzo, el valor añadido de la interpretación de la todavía hoy vigente y popularísima canción “Tatuaje”, en una actuación de Nita Mani, que tenía lugar en el tugurio que regentaba un patibulario José Jaspe, más parecido a Lon Chaney que nunca. El número de la canción que haría famosa Concha Piquer fue suprimido por la censura, con lo que el prólogo de la película se limitó, para el espectador de la época, en el deambular de José Jaspe (en el papel de “El Patrón”) entre las mesas de su garito. El mismo personaje traía la desgracia a la felicidad de Carolina y Rafael, los personajes de Mercedes Vecino y Salvador Soler Marí (por cierto, padre de Amparo Soler Leal), criada y mayordomo en la casa del marqués de La Peña (a quien interpretaba José Prada) al entrar a robar en ella y, por las intrigas de Ludovico,el malvado administrador (interpretado por Mariano Beut), que con su testimonio inculpaba al sirviente al que ambicionaba quitar la mujer, provocaba que recayera el peso de la justicia sobre la pareja de criados. Durante el robo, los asaltantes son sorprendidos por el marqués, que es muerto de un tiro, y por Rafael, que acababa de ser despedido y que se ve obligado a huir al ser acusado del crimen por el administrador. Rafael logra eludir la acción de la justicia, pero Carolina, encontrada cómplice, debe pagar con la cárcel “la culpa del otro”. La hija que esperaban nace en presidio y es entregada, en adopción, a Camino Garrigó, en el papel de Gregoria Alegre, que tiene una escuela de música para señoritas, y a su apocado y dominado marido, el muy brugueresco Atilano, interpretado por Joaquín Torrent. Pasan los años y el bebé que les fue confiado, al que le ponen el nombre de María del Carmen, además de aprovechar muy bien las lecciones músico-maternales, se transforma en la muy guapa Isabel de Pomés, a la que pretende Juan Carlos (un juvenil Luis Prendes), precisamente, heredero del marqués de La Peña. Es en ese momento cuando se producen dos hechos de impacto melodramático simultáneos. De un lado, la inocente madre ha cumplido su condena y sale de prisión, de otro, el padre regresa al puerto de Barcelona, del que partió, fugado, dieciséis años antes, en una secuencia de sugerentes imágenes brumosas, con la intención de cobrarse la deuda pendiente con el malvado administrador. Ante el compromiso matrimonial, que se produce entre María del Carmen y Juan Carlos, la madre auténtica de la primera, que ha entrado a trabajar en casa de los padres adoptivos (los cuales, conocen su verdadera identidad y relación materno-filial con la joven) explica toda la verdad al novio y reciente heredero del marquesado, quien toma cartas en el asunto auxiliado por un disparatado detective aficionado encarnado por un caricaturesco Fernando Freyre de Andrade. El desenlace de este melodramón con ingredientes de musical (hay varios cantables, que van desde las melodías de bandoneón arrabalero y porturario hasta la ópera, en el debut de la juvenil mezzo-soprano, María del Carmen), de comedia y de cine de crímenes, como no podía ser de otro modo, pone a cada uno en su sitio. Tras la típica secuencia de reunión de sospechosos en la que el héroe, haciendo las veces de Hércules Poirot, desvela la identidad del asesino del marqués, cómplice del perverso Ludovico, que no es otro que… ¡un mayordomo!, se produce el final feliz en el que todo el mundo es dichoso: los dos jóvenes tortolitos y los dos pares de padres (los naturales y los adoptivos), además del detective de pega, el inefable Cornelio, vivirán en lo sucesivo juntos en la mansión del nuevo marqués de La Peña, todo lo cual deja al espectador, a quien se ha mantenido constantemente distraído, por qué no decirlo, satisfecho.

Breve palmarés

Camino Garrigó obtuvo el Premio a la Mejor Actriz Secundaria del Círculo de Escritores Cinematográficos por su actuación en “Cuando los ángeles duermen” (1947), paradójicamente, no habiendo sido dirigida por uno de sus directores habituales, sino por Ricardo Gascón, con quien era la primera vez (y a la postre, única) que trabajaba. Se trata de un film de los que protagonizó el mofletudo italiano Amadeo Nazzari en España, un drama de tinte social basado en una novela de Cecilio Benítez de Castro, escritor repetidamente llevado al cine en aquel tiempo. Gracias a su interpretación en él, le llegaba a Camino Garrigó, aquella niña que salió de Pamplona, convertida en la abuelita del cine español, una recompensa tangible por sus casi cincuenta años de trabajo.

Bibliografía

Además de la imprescindible “Guía del cine” de Carlos Aguilar (Cátedra), y del ejemplar de“Radiocinema” citado, me han sido útiles “El cas CIFESA: vint anys de cine espanyol (1932-1951), de Félix Fanés (Filmoteca de la Generalitat Valenciana), de la que existe versión en castellano : "Cifesa, la antorcha de los éxitos"; “La herida de las sombras: el cine español en los años 40”, recopilación de textos coordinados por Luis Fernández Colorado y Pilar Couto Cantero (Academia de la Artes y las Ciencias Cinematográficas de España), “Cineastas Insólitos” , de Augusto M. Torres (Nuer ediciones) y “18 españoles de posguerra”, de Diego Galán y Fernando Lara (Planeta).

NOTA: En caso de consultar la filmografía de la actriz en su página de IMDB, puede resultar chocante que su última película, "El hombre que veía la muerte" se date en 1955. Hay que tener en cuenta que esa es la fecha de estreno, muy retrasada en relación a su producción, que según todas las fuentes fue 1949.

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sábado, mayo 17, 2008

Interludio "rafiano"

Con la excepcionalidad debida, este burgomaestre retoma el tema tebeístico interrumpiendo así su actual buceo en el piélago actoral hispano. Tal como sucedió con motivo de la generosa aportación del genial dibujante (y amigo de este weblog), Jaume Rovira, del documento con el que se demostraba fehacientemente el “modus operandi” de la Editorial Bruguera, en la entrada “Siempre Bruguera. Un documento”, en esta ocasión, y a modo de complemento a la entrada dedicada al gran Joan Rafart, “Raf”, que titulamos“Raf. Trazos felices” (y que continuó, en la posterior "El Sir o no Sir") retornamos al querido terreno de las viñetas porque los amigos Iosu y Ioseba Redín Rodríguez han tenido la gentileza y la deferencia de enviar a este burgomaestre dos tebeos que contienen información interesante que despeja alguna incógnita y que transforma algunas convicciones en certezas.

El envío consiste en sendos ejemplares de DDT y Jaimito. Del semanario brugueril, el número 161 de su tercera época, de fecha 17 de agosto de 1970, y de la revista de Editorial Val.SA , su número 827, publicado en 1965. En ambos tebeos encontramos historietas del mismo personaje, uno de los que dibujó Raf para la agencia Bardon Fleetway, de Londres. El nombre original de la criatura, que en Bruguera se había convertido en el muy rafiano “Otto Chuffen, el tontaina volador”, lo encontramos en el ejemplar de Jaimito. Ahí nos enteramos de que el título de la historieta y nombre de su protagonista , el torpe aviador alemán metido en mil tropiezos en plena Segunda Guerra Mundial, es Messy Schmidt, que , según nos informan los hermanos Redín Rodríguez, representa un juego de palabras alusivo al nombre de la marca de los aviones de los alemanes: “Messerschmitt” La certeza, al fin confirmada por un hecho tan incontrovertible como es la firma del artista, de que realmente son obra de Raf estas historietas, la encontramos en la viñeta del ángulo inferior izquierdo de la historieta reproducida en el DDT 161.

Quede pues así un poco más completo el apasionante viaje en torno a la creatividad y el talento de aquel gran artista que fue Joan Rafart i Roldán. Vaya, por su contribución, nuestra más sincera gratitud para los amigos de Lady Filstrup, Iouso y Ioseba, que han colaborado tan generosamente a ello.

viernes, mayo 09, 2008

Estanis González. Un todo-terreno poderoso y feo

Una voz profunda y educada, un físico de rasgos rotundos, marcados, en un rostro de frente estrecha y algo huidiza, mandíbula y barbilla, escasas, de labios gruesos y nariz prominente, que recuerda un tanto al prototipo del hombre de Neandertal, adornado con una peca en el pómulo derecho y un bigote, en principio recto y negro, con los años variable y unido, a menudo, a grandes patillas decimonónicas. Hablamos de Estanislao González León (Madrid, 8 de mayo de 1925, 16 de diciembre de 1992), un actor que imprimió su huella en la Edad de Oro de la radio en España y que, cuando el nuevo medio, la televisión, tomó el relevo en el favor popular del que disfrutaba aquella, se hizo imprescindible para completar, con garantías y efectividad, los repartos de las innumerables producciones de espacios dramáticos que en los años sesenta y setenta realizó Televisión Española.

Estanis González se desenvolvió en todos los terrenos

En la profesión de actor suele darse el fenómeno de la compartimentación de cada uno de sus representantes en un medio u otro, dándose, con mucha frecuencia, el hecho de que los actores se especialicen en desarrollar su tarea, casi con exclusividad, en un medio, siendo ignorados por los demás. Así, es muy frecuente considerar a unos actores “de teatro”, otros “televisivos”, aquellos de allá, “de doblaje”, al lado de éstos, encontramos a los actores “de radio” y, los de acullá, con más brillo y menos exigencias de destrezas profesionales, los “cinematográficos”. Si bien es esta una clasificación muy discutible, no puede negarse que se da constantemente. Por razones diversas, casi todos los actores desarrollan su labor con mucha más frecuencia para un medio que para el resto. Equivocadamente se considera que las características de cada profesional de la interpretación son más idóneas para los escenarios, por ejemplo, que para ponerse ante las cámaras, y viceversa, actores a los que el objetivo de la cámara “adora”, no son capaces de salir al tablado a actuar ante el público a recitar largos parlamentos. En opinión de este burgomaestre, el buen actor lo es siempre, independientemente de las distintas exigencias que cada medio requiera. Esta afirmación no es en absoluto incompatible con la realidad que supone el hecho de que el éxito (o el fracaso) le llega a cada actor ante el público respectivo de cada medio, cosa que será, consecuentemente, lo que marque el desarrollo de su carrera.

Por lo anteriormente expuesto, pocas veces se da el caso de que un actor efectúe, a lo largo de su carrera, incursiones en todos los distintos medios en los que es posible ejercer su profesión, cual es el de nuestro protagonista de hoy, un actor excelente de la radio, el cine, la televisión, el doblaje y el teatro: Estanis González.

La radio

Cuando, en los años cuarenta y cincuenta, la radio era en España quien poseía el liderazgo indiscutible en la labor de procurar distracción y entretenimiento a las masas populares. Su oferta de programación contaba con la baza imbatible de los programas de raíz dramática, cuales eran los seriales y los espacios de teatro radiado, llamados “teatro del aire” o “teatro hablado”. Con una especial capacidad para provocar en el oyente algo semejante a un efecto mágico, el medio radiofónico aplicado a la ficción narrativa o dramática conseguía cautivar al público independientemente del género temático abordado. Los actores que contribuían con su voz a transmitir subyugantes emociones a todos los sectores de población que formaban su público, consiguieron alcanzaran la correspondiente cota de popularidad, tan elevada como lo es hoy el nivel de olvido en que han caído. Y sin embargo, el eco de su éxito permanece, tan legendario como neblinoso. Estanis González formó parte de aquel momento mítico de la radio española, al ser integrante del cuadro de actores de Radio Barcelona, bajo la dirección de Armando Blanch y al lado de actores como Adolfo Marsillach (que se inició en el medio “enchufado” por su padre, crítico teatral, y que dio comienzo en él a su provechosa carrera de actor), Ricardo Palmerola, Isidro Sola, Encarna Sánchez o Esperanza Navarro. Con esta última, y con guiones de Rosa Alavedra, protagonizó la versión de Radio Barcelona de “Música para el aperitivo” (un espacio que se radiaba también desde Madrid, con Mercedes Sierra y Eduardo Lacueva y desde Radio Valencia, con Maruja Villalba y Vicent Garrido). Se trataba de una serie de corte costumbrista que ilustraba con un humor agradable los problemas cotidianos de los hogares españoles a través de los diálogos de un matrimonio. De parecido contenido y creada al alimón por Armando Blanch y el irrepetible y stajanovista Armando Matías Guiu, era la serie “La familia Valdés”, una vez más, humor costumbrista servido por las andanzas de un matrimonio (con las voces de Encarna Sánchez y Estanis González) y sus dos hijos ( Gloria Roig e Isidro Sola). También durante su relación profesional con la emisora de la Ciudad Condal, Estanis González participa en los programas de la mítica serie infantil “Tambor”, creación del ya citado Armando Matías Guiu, que acompañó a los niños españoles a lo largo de casi veinte años (entre 1955 y 1972), en espacios de quince minutos, todos los mediodías. En ella, nuestro protagonista de hoy daba voz al papel de “El Rey”, y compartía reparto nuevamente con Esperanza Navarro (en el papel de El Enano Gruñón), Encarna Sánchez (que hacía el papel de El Gatito), y Gloria Roig (a quien le repartieron los papeles de La Ranita y la Ratita). También intervenían regularmente, Isabel Monasterio (La Bruja), Santiago Cortés y Jaume Picas (ambos fueron El Ciempiés), Joaquín Díaz (quien hizo de El Príncipe y los Sabios), Rosario Cavallé (El Gusano) y los narradores Mario Beut, Manuel Cano, Isidro Sola, José Luis Sansalvador y Joaquín Díaz.

Un triunfo personal en la carrera radiofónica de Estanis González, que continuó, de manera intermitente, a lo largo de los años, lo constituyó su creación del personaje del general Mieh Yang en el serial “La mano izquierda de Dios”, en 1960, cuando había dejado la Cadena Ser y había pasado a Radio Nacional de Barcelona. Ese mismo año, Estanis González debutaba en la pequeña pantalla, en aquel invento que por fin, con mucho retraso, iba asentándose, lentamente, en los hogares españoles.

El teatro

Tanto Adolfo Marsillach, como Estanis González, que habían coincidido, como hemos visto, en el cuadro de actores de Radio Barcelona, son convocados por Alejandro Ulloa para incorporarse a su compañía en 1946. El primero con carácter de urgencia, pues fueron solicitados sus servicios hallándose la compañía, de gira por provincias, en Sevilla, para sustituir al galán joven, que había caído enfermo. Cuenta Marsillach en sus memorias (“Tan lejos, tan cerca”, Tusquets Editores, 1998) cómo, tras un prolongadísimo viaje en tren (más de treinta horas) plantó la carrera de derecho en su Barcelona natal para, tras obtener el permiso paterno, presentarse en la capital andaluza, donde fue recibido por su compañero, Estanis González, quien le esperaba montado en un carro de caballos. Nuestro protagonista de hoy – a quien, por cierto, Marsillach retrata con la frase “siempre supuestamente enfadado”- acompañó al recién llegado a la pensión donde se encontraba instalado y en la que se alojarían ambos, que funcionaba, indistintamente, como burdel, en el barrio de la Alameda de Hércules. En aquel peculiar lugar, habitado a partes iguales por profesionales del espectáculo y de los negocios carnales, los dos jóvenes diéronse la gran vida, recibiendo de muy buen grado los favores (culinarios y de los otros) de patrona y pupilas. Un estimulante modo de iniciarse en los escenarios y un recuerdo de juventud, como se puede constatar, imborrable. La obra que estaban representando los dos jóvenes, debió ser “Reinar después de morir”, de Luis Vélez de Guevara, un clásico del Siglo de Oro, que no fue, por descontado, el último clásico en el que Estanis González actuó sobre un escenario. Otros títulos que jalonan su carrera en las tablas son “Mariana Pineda”, de Federico García Lorca, , El concierto de San Ovidio, de Antonio Buero Vallejo, el clásico de Lope de Vega, Fuenteovejuna (1981) que, como veremos, también hizo para el cine y la televisión, o Medea (1983), de Eurípides.

Estanis González trabajó en los Teatros Nacionales, en la Compañía del Teatro Español, estrenando, entre 1970 y 1971, tres obras. Las dos primeras, con dirección de Alberto González Vergel, habitual realizador-adaptador del teatro televisivo, con quien sin duda había coincidido en las tablas catódicas, fueron “La estrella de Sevilla” (estrenada en octubre de 1970), de Lope de Vega, con Carlos Ballesteros, Enrique Cerro, Antonio Iranzo, Carlos Canut, José Luis Pellicena, Marisa Paredes y Francisco Cecilio, entre otros, en el reparto; y “Medea” (estrenada en enero de 1971), de Lucio Anneo Séneca, en versión de Miguel de Unamuno, con Nati Mistral, Guillermo Marín, José Segura, y Cándida Losada (por citar algunos miembros de un numerosísimo reparto). La tercera, que dirigió José María Loperena, fue “Proceso de un régimen”, de Luis Emilio Calvo Sotelo, con Guillermo Marín, Lola Cardona, Lola Lemos y Cándida Losada, entre otros, y se estrenó en abril del mismo año 1971. A juzgar por los titulares de las crónicas consultados, de los tres estrenos, destaca, de manera notable, el de la “Medea” unamuniana, que se saldó con un “éxito clamoroso”.

El cine

Los primeros contactos de Estanis González con el cine vienen marcados por Ignacio Ferrés Iquino, en calidad de productor y por Antonio Santillán, como director más habitual. Participa en una película por año entre 1955 y 1959, excepto en 1956 y 1958, en los que interviene en dos títulos: “El ceniciento” ( IFI, Juan Lladó, 1955) “Pasaje a Venezuela” (IFI,Rafael J. Salvia,1956) “Hospital de urgencia” (IFI, Antonio Santillán,1956) “Cuatro en la frontera” (IFI, Antonio Santillán, 1957) “Cita imposible” (OSETE FILMS, Antonio Santillán,1958) “Los cobardes” (IFI, Juan Carlos Thorry,1958) “Llama un tal Esteban” (IFI, Pedro L Ramírez, 1959). Los directores que le tienen a sus órdenes son Antonio Santillán en tres ocasiones, Pedro L. Ramírez, en una, y Juan Carlos Thorry (el primer marido de Analía Gade, a la que dirigió en su primera película, antes de que cambiara de pareja y de dirección a favor de Fernando Fernán Gómez) , Juan Lladó y Rafael J. Salvia, una vez cada uno. De todas ellas, sólo una película está producida por una empresa distinta de la de Ignacio F. Iquino, “Cita imposible”, producida por Fidel Osete Sanz y distribuida por Cire Films de forma algo deficiente, pues se estrenó en el cine Windsor de Barcelona en septiembre de 1958 y hubo de esperar a febrero de 1961 para llegar a una pantalla madrileña, la del cine Aragón. Con la excepción de la película de su debut, protagonizada y escrita por el genial humorista (en todas sus facetas, incluída la gráfica, con presencia en nuestra querida Editorial Bruguera) Miguel Gila, todas las películas en que intervino Estanis González pueden inscribirse en el género de cine de intriga o acción criminal y rodadas, preferentemente, en las calles de la ciudad de Barcelona.

Ignacio Ferrés Iquino ocupa un lugar destacado en la historia del cine español. Por la tendencia de críticos y estudiosos a tratar el cine exclusivamente desde el punto de vista artístico, se descuida con frecuencia considerar debidamente la relevancia de la figura del productor. En el caso de Iquino, ésta se halla fuera de toda duda. Su amor al medio cinematográfico, su dedicación sin desmayo, merecerían mejores tratadistas que este pobre burgomaestre. Visto el colapso de CIFESA (productora para la que trabajó, en sus comienzos), que certificó la imposibilidad de hacer en España cine “a lo grande”, Iquino, como productor independiente, se empeñó en demostrar que era posible hacer un cine digno, comercial, rentable y popular, para lo que empleó, como principales activos, su audacia, su esfuerzo y la astuta apuesta por profesionales que se encontraban tanto entre los más entusiastas jóvenes valores (como Isasi Isasmendi o De la Loma) como entre veteranos como Antonio Santillán. Años antes de que Roger Corman, en California (USA) iniciara la andadura de su luego célebre “Factoría Corman”, Ignacio F. Iquino producía regularmente con presupuestos mínimos una buena cantidad de cintas en las que se afanaban profesionales debutantes, aprendices del oficio de cineasta, que alcanzarían, más adelante, justa fama como creadores de films. En labores de ayudantes de dirección, producción, montadores o guionistas, encontramos en el seno de “IFI producciones” a José Antonio de la Loma, Javier Setó, Julio Coll, Julio Salvador, Antonio Isasi-Isasmendi, Amando d’Ossorio y José María Forn.

En “Hospital de urgencia”, Estanis González interpreta el papel de Pablo, un buen hombre que anda en malos pasos, negativamente influido por un sorprendentemente sombrío José Sazatornil, que llega, en compañía de un tercer socio, a cometer un atraco (frustrado por la policía) en la administración de la Plaza Monumental, uno de los dos cosos taurinos que tenía Barcelona en 1956, (el otro era Las Arenas. A ambos se unía, anteriormente, un tercero, situado en el barrio de la Barceloneta), en tiempos previos a la comprensible y razonable “taurinitis” actual. La difícil situación personal que vive Pablo es la que le ha impulsado a esta solución desesperada. Adela, su compañera (por la oposición de la familia de ella, no ha habido matrimonio) está en avanzado estado de embarazo y la pareja carece de medios económicos. Lo que desconoce Pablo (y le comunica amablemente Miguel Fleta, el policía que le interroga tras la detención) es que ella ha sido víctima de un atropello y que el hijo de ambos ha nacido en el hospital del título, donde también ha ido a parar él, herido por las balas de los agentes de la ley. Finalmente, Pablo y Adela podrán rehacer su vida, incluido el trámite del matrimonio en el penal, y criar al bebé, saldada la deuda con la sociedad. El malvado Sazatornil, un verdadero malhechor (mal afeitado, además) paga sus culpas con un precio más elevado. Inserto en una historia melodramática de tintes sentimentales, de mucho menor interés, el segmento “criminal” de la película es el más valioso que contiene, con la adición, quizá, de algún interludio de la típica comicidad de caradura de Tony Leblanc, cuyo personaje (un estudiante de medicina que obtiene el título durante el metraje de la película) define a Estanis González con una frase que repite, con ligeras variantes, cada vez que le ve: “¿Quién es este tío tan feo?”, pregunta al ver la foto que tenía la interna parturienta (convaleciente de un atropello) en su bolso, por toda documentación. Cuando, algún tiempo después, tiene que extraerle una bala a su primer paciente, descubre el mismo rostro de la foto y exclama: “¡Qué tío más feo!”. El espectador, a quien no le ha sido mostrada la fotografía en el momento anterior, comprende que se trata de la misma persona.

Tanto en “Cita imposible”, como en “Cuatro en la frontera”, a Estanis González le toca en suerte un papel secundario con final fatal y violento. En la segunda, de la que ya hemos hablado en una entrada anterior (y mencionado en otra más), actúa como sicario de los contrabandistas, dispuesto a dar el “pasaporte” al metomentodo agente de la ley encarnado por Armando Moreno, tan sólo para encontrar la muerte. En la primera, un enrevesado film ambientado en un teatro, en el que, como en el anterior, se duplican las parejas de protagonistas, Estanis González es un detective que sigue a la viuda del empresario Luis Induni y que descubre que no es trigo limpio. Es suprimido cuando espera, asomado en la ventanilla de un tren, el fruto de su chantaje, siendo disparado desde un compartimiento de un tren que está arrancando en la vía de enfrente. La película, que contaba con las actuaciones estelares de Arturo Fernández, como el policía Fermín (en sus años de especialización en cine de temática criminal), Philippe Lemaire, como el abogado Raimundo, Josefina Güell (Rosario, la protagonista inocente), Luz Márquez (Pilar, la novia del abogado), Mercedes Monterrey (como Mercedes, la viuda adúltera) y Francisco Piquer, en una colaboración especial como el clown amante de la anterior, resulta todavía hoy entretenida y perfectamente digna. Antonio Santillán, el director de éste último y de los dos títulos previamente comentados, era un profesional experimentado cuando Iquino le dio la oportunidad de dirigir para su productora. Procedente del campo de la distribución y el doblaje (para la MGM y para la empresa de sonorización y doblaje de Iquino, Parlo Films) tenía acumulada experiencia en 160 títulos como director de doblaje ya en 1953 (según cuenta “Primer Plano” en su número 687, de diciembre de aquel año). Ese mismo año, valga como dato de la eficacia de la maquinaria productiva de Iquino, un año (uno más) de crisis en el cine español, él produce siete películas, de géneros variados (una táctica, la alternancia temática, que el productor-directo siempre practicó, en busca del éxito).

En el engranaje de IFI, S. A., que incluía la producción de películas, con sus propios estudios (con 3 platós) y sus propios profesionales técnicos y artísticos, la distribución de films de la 20 Century Fox en España, una empresa de sonorización y doblaje (Parlo Films) y una distribuidora de sus propias producciones (creada en 1957, al no encontrar distribución para su película “El Judas”), Estanis González tan sólo representaba una pieza más, pero tan eficiente como la mejor de todas.

Tras estos años de relación profesional con la productora IFI, Estanis González se dedica, preferentemente, a la televisión, y regresa a la pantalla grande tan sólo de manera esporádica. Son contados los filmes en los que participa en las décadas siguientes. De especial relevancia son sus películas estrenadas en 1973. Una de ellas, “El espíritu de la colmena” (Víctor Erice), pasa por ser una de las mejores de la historia del Cine Español, cuestión que este burgomaestre no siente la necesidad de discutir. La otra, “Ceremonia sangrienta”(Jorge Grau), cuenta con la garantía contra el olvido de pertenecer a un género, el de terror, que disfruta de un solidísimo respaldo de sus aficionados y con los atractivos de incluir a algunos actores secundarios interesantes y poco pródigos, como la gran Lola Gaos o el repelente (con todos los respetos) Antonio Puga (de lo más parecido a Strother Martin que ha dado el cine patrio). En el film de Erice, Estanis González encarna a un sargento de la guardia civil, en una secuencia en la que, aparte de limpiarse la cara del jabón de afeitado parsimoniosamente, se limita a decir una corta frase y a hacer unos pocos y pausados gestos para indicar al personaje de Fernando Fernán Gómez que han sido hallados efectos personales suyos en posesión de un maquis fugitivo que ha caído bajo la acción policial. Hay que decir que pocas veces un actor ha sido tan identificable con su personaje, hasta el punto que se puede afirmar que o bien todos los guardia civiles se parecían, en tiempos de Franco, a Estanis González, o bien el actor se parecía a todos los guardia civiles de aquel tiempo. En la película de Grau, sobre el mito de la condesa Bathory (Lucía Bosé), Estanis González se limita a cumplir con su papel de posadero, recibiendo humildemente la visita del siniestro aristócrata encarnado por el venezolano Espartaco Santoni y del magistrado al que da vida Ángel Menéndez. Curiosamente, en esta cinta, actúa con la voz doblada, él que, por aquel entonces, era presidente de la Asociación de Actores de Doblaje de Madrid (APADEMA).

Un punto y aparte: el doblaje

Una voz tan bien timbrada, tan disciplinada, tan torneada, con esa ruda gravedad varonil, no tenía bastante con las ondas hertzianas para difundirse. Desde 1953, Estanis González se inicia en el campo del doblaje en Barcelona y, tal como puede comprobarse en este enlace a eldoblaje.com, ejerce esta actividad de manera continuada y contumaz hasta el momento de su fallecimiento, casi 40 años después. Más de 400 fichas de participaciones suyas se contabilizan en la base de datos de la web del doblaje español. Una cifra impresionante, que, si bien se refiere, en su mayor parte, a papeles no principales, habla bien a las claras de la excelencia y eficacia de su labor. Algo que, como venimos de decir, le llevó a la presidencia de la asociación de sus compañeros de trabajo en la ciudad que lo adoptó a principios de los años sesenta, Madrid.

Años sesenta y primeros setenta : La televisión

Cuando Estanis González desembarca en Televisión Española, las emisiones se limitan a una franja horaria muy limitada, sólo existe un canal y, por supuesto, los programas son en directo, sin posibilidad de enmienda y en riguroso blanco y negro. El parque de aparatos televisores es reducido y los programas que se emiten sugieren algo así como una “radio visible”. Se inicia en este campo haciendo labores de presentador en programas concurso como “Adivine su vida” o “X-O da dinero” y “Ayer noticia, hoy dinero”. Pronto comienza a participar en espacios dramáticos como “Ficciones”, “Novela”, “Historias para no dormir” o los hoy míticos “Estudio uno”. Su presencia se hace familiar y su rostro, inscrito en obras inmortales, frecuenta los hogares españoles cotidianamente, tal como dijimos en su día de José María Escuer, Carlos Lemos o Tomás Blanco y tal como habremos de repetir cuando nos refiramos a otros colegas suyos de aquellos años gloriosos, como Pablo Sanz, Luis Varela, Tina Sainz, Ana María Vidal, Amparo Baró, Luisa Sala, Manuel Dicenta, Jesús Puente, Ismael Merlo, José Bódalo, Rafael Arcos, Amparo Pamplona y tantos otros. Son años en los que se produce de manera continuada y eficaz, tanto adaptaciones de obras de la literatura consagradas, llevadas a imagen por realizadores como Pedro Amalio López, Pilar Miró, Gustavo Pérez Puig, Domingo Almendros, Francisco Abad o Alberto González Vergel, que hicieron familiares para el espectador los argumentos y personajes de gigantes como Dickens, Tolstoi, Chejov, Dumas, Óscar Wilde o Víctor Hugo, como series específicamente creadas para la televisión, debidas a la imaginación de autores capaces y fecundos tales como el muy prolífico Jaime de Armiñán, un verdadero prodigio de inventiva, de visión humanista y sensible, y de capacidad de trabajo, o como el personalísimo Adolfo Marsillach, el hábil Antonio Mercero o el genialoide Narciso Ibáñez Serrador, amén de incursiones de algunos creadores en boga en aquellas décadas, como Alfonso Paso, Alvaro de la Iglesia o Noel Clarasó. Toda esa creatividad, malbaratada al fin por la desmemoria o por vacuos y malintencionados revisionismos, alcanzó su máximo esplendor en los mismos años en los que Estanis González unió su destino profesional con el de Televisión Española.

De la ingente cantidad de títulos en los que participó, podemos comentar, a título de ejemplos, la híbrida (se trata de una película de cine hecha para televisión, aunque se estrenó en salas) “Fuenteovejuna” (1972, Juan Guerrero Zamora), básicamente, por reunir un excepcional reparto, en el que destacan el protagonismo del gran Manuel Dicenta y de Núria Torray (musa y principal activo de la creatividad de su pareja, el director-adaptador) y la aportación, en personajes secundarios, de Rosa María Salgado, Ricardo Tundidor (como los Reyes Católicos), Eduardo Fajardo (como el Comendador), Eusebio Poncela, Fernando Cebrián, Antonio Puga, Miguel Ángel, o Vicente Vega además de, naturalmente, el propio Estanis González. La labor de estos excelentes intérpretes se sobrepone, por momentos, a una realización nefasta, que parece empeñada en destrozar tanto sus actuaciones como cualquier noción de ritmo narrativo.

“Opera en Marineda”, emitida en 1975, formaba parte de la serie de TVE, “Cuentos y leyendas”. Fue dirigida por Pilar Miró y adaptaba una narración de Emilia Pardo Bazán. En ella, Estanislao González encarna a Ortigueira, el empresario del teatro de la localidad gallega del título, “El Coliseo de Marineda”, a la que llega, trasladado, el señor Estévez (Leo Anchóriz), que se siente un desterrado de su abono del Teatro Real de Madrid, donde seguía, con devoción, la temporada de ópera. Asistimos, mediante un ritmo ramplón y complaciente, al revuelo que la llegada del forastero (soltero y sin compromiso) provoca en la población femenina de la pequeña ciudad (entre quien distinguimos a Carmen Maura, Concha Goyanes, Consuelo Vivares, Chus Lampreave o Blanca Sendino) y cómo se relaciona con las fuerzas vivas (el militar Manolo Zarzo, el comerciante Alfonso del Real, el periodista Emilio Laguna o el médico Pedro del Río), creándose un prestigio de experto musical que acaba destruyendo al caer prendado de los encantos de una mala soprano, la italiana Duchesini (Charo López). En resumidas cuentas, se trata de un muestrario de excelentes actores entregados a una empresa que se resuelve con saldo negativo. El mediometraje no cabe incluirlo entre las mejores producciones de su directora, excesivamente lastrado por los irrisorios “playbacks” de la muy hermosa Charo López y por un tono general que se contagia de la fatuidad de su personaje protagonista.

Tres años posterior a “Ópera en Marineda” es la emisión de “Adios, señorita Ruth”, adaptación para televisión de la obra de Emlyn Watson, realizada por Francisco Montolio, con Irene Gutiérrez Caba y Pedro Mari Sánchez como protagonistas, con Imma de Santis, Blanca Sendino y Miguel Ángel, como actores secundarios, en la que Estanis González incorpora el papel de desagradable y pomposo terrateniente Míster Treverby, cerrilmente enfrentado a la protagonista, la cual pretende llevar la educación para los explotados mineros del lugar (algún condado del País de Gales). Con la pausa que le caracteriza, Estanis González brinda una actuación impecable, dando el tipo de propietario cruel y estúpido a la perfección. Enfrente, doña Irene Gutiérrez Caba opone uno de sus habituales festines de (sobre)actuación, no aptos para paladares delicados, quizá, pero que a los simples aficionados, naturalmente, siempre nos satisface hasta el deleite.

Mención aparte merece la reiterada relación profesional de Estanis González con Narciso Ibáñez Serrador, quien reclama los servicios del actor con insistencia, a lo largo de los años, demostrando así plena confianza en su eficacia. Cuenta con él para un elevado porcentaje de episodios de la serie de “Historias para no dormir”, desde “La sonrisa”, emitido en 1966, basado en un relato de Ray Bradbury, con Emilio Gutiérrez Caba y Tota Alba, hasta “El caso del señor Valdemar”, emitido en 1982, en la “rentrée” de la serie, pasando por algunos de sus títulos más reconocidos y galardonados, como “El trasplante” (1968; premiado en el Festival de Praga de aquel año) y “El televisor” (1974), donde interviene para recapitular, sosegadamente, el macabro y desconcertante final, en el papel del policía que descubre los cuerpos sin vida de los protagonistas, interpretados por dos inmensos Narciso Ibáñez Menta y María Fernanda D’Ocón.

Precisamente, como muestra del arte interpretativo de nuestro protagonista de hoy, hemos seleccionado un fragmento de “La sonrisa”, un telefilm que quizá vieron Antonio Mercero y José Luis Garci (declarado fan de Ray Bradbury, autor del relato en que se basa) antes de escribir el guión de “La Gioconda está triste” (1977), pues en ambas historias el famoso lienzo de Leonardo tiene un protagonismo decisivo en un futuro pesimista. En “La sonrisa” se muestra un mundo post-apocalíptico en el que el progreso ha sido proscrito, se ha regresado al oscurantismo medieval y se celebran ritos de purificación en los que se destruyen vestigios de pasados logros en los campos artísticos o científicos. En la secuencia elegida, Estanis González tiene el difícil compromiso de soltar un auténtico “ladrillo” en el que Chicho Ibáñez Serrador ha incluido la “teórica” del relato. El bueno de Estanis se arma de paciencia y, sin alterarse lo más mínimo, echando mano de una serenidad ganada en largos años de locución profesional, “larga” el discurso explicando, pausadamente, el argumento del cuento. La delirante proclama habría noqueado a actores más reconocidos, pero él consigue hacerse oír, que no es poco mérito. Le dan la réplica el actor y director Ricardo Palacios y un veinteañero Emilio Gutiérrez Caba.


Bibliografía consultada y no citada en el texto (además de la siempre generosa entrada dedicada al actor en la Wikipedia)

“En Antena” 75 anys de Ràdio a Espanya”: (Promotora Gral de Revistas SA” para la cadena SER)

“La radio en España” Lorenzo Díaz (1992, Alianza Editorial)

“Cine negro y policíaco español de los años cincuenta” (Elena Medina, Editorial Laertes, 2000)

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