Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

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Lugar: El Escorial, Madrid, Spain

viernes, octubre 27, 2006

Viviendo con su tía


Lazos familiares

Probablemente, uno de los motivos fundamentales que hace los tebeos Bruguera imperecederos sea que tratan, en muchos casos, de la convivencia, de los diversos modelos que de ella encontramos en nuestra sociedad, una cuestión universal con la que es ineludible involucrarse. Observando las diferentes propuestas planteadas en estos tebeos, encontramos que los constantes y sucesivos cambios de los usos sociales a que asistimos hacen que alguno de los modelos mostrados resulte hoy de algún modo chocante o se nos antoje insólito o poco homologable con los vigentes en la actualidad. Nos referimos hoy a la situación en la que sobrinos y tíos forman el núcleo familiar, concretamente, a la combinación de tía y sobrino adultos. Dejaremos de lado, por tanto (por hoy) a esos “hijos postizos” o “hijos aparentes” que suponen el sobrinito de los Pío, o los de la familia Trapisonda, incomprensibles frutos de matrimonios estériles.

Una figura pasada de moda

En el cambiante y hasta espasmódico devenir de la institución familiar en este siglo XXI, hay figuras que tienden a desdibujarse o, como mínimo, a perder protagonismo. Tal es el caso de los tíos y las tías, entendidos como los hermanos o primos de los padres de uno (y no como sinónimos de “hombre” y “mujer”, acepción esta en la que, como vocablos, mantienen una completa vigencia). Su existencia es tan innegable como siempre, pero su relevancia social ha alcanzado la categoría de lo ínfimo. Hoy en día parece incluso descabellado imaginar una historieta protagonizada por “Mi tío Magdaleno”, tal como lo concibió Conti en 1951, cuando se inauguró el DDT, en mayo de 1951 (cinco años antes de que Ladislao Vajda dirigiera esa pieza modélica de melancólica belleza y similar título: “Mi tío Jacinto” (1956)). Que en la historieta del número 38 (de febrero de 1952), el titular de la serie recibiera la visita de una tía suya supone una redundancia aún más desconcertante en nuestros días, cuando el círculo familiar prácticamente se agota en el escueto diámetro de padres e hijos. Otro tío destacado en el universo brugueriano sería el de la familia Pí, del Tio Vivo independiente, el que inició su andadura en junio de 1957. “La familia Pí” fue la propuesta de Peñarroya de ampliación del ámbito de su anterior y exitosa serie “Don Pío”, transformándolo en el propio de un grupo familiar más numeroso (y acortándole el nombre al titular y dotándole de cabellera al cabeza de familia, de paso). En este escenario, el adusto Tío Victorino, de aspecto severo, por ser el único miembro del clan que presenta alguna disponibilidad económica, cumple con el papel del pagano (sirva como muestra de ello la viñeta contigua, tomada del Tio Vivo número 43, de fecha 23 de abril de 1958).
Esta presencia de familiares que según la óptica actual se antojan no estrictamente necesarios tenía su reflejo en los tebeos de la España de la posguerra. En un país diezmado por la cruel contienda Civil y por la escasez de todo (menos de miseria y de crueldad) en los años siguientes a ella, muchos huérfanos se criaron en casa de sus familiares, tíos o abuelos, y establecieron con ellos los vínculos afectivos y de dependencia que por naturaleza tenían reservados para sus progenitores.

La figura de la tía contiene en su ser elementos propios de la esposa y de la madre, sin serlo en ningún caso, evidentemente. Aunque, como veremos en algún capítulo de esta entrada, en ocasiones esta afirmación no pueda hacerse con tanta certeza y veremos tías con un porcentaje muy alto de instinto maternal (en el caso de la tía de Amapolo Nevera) y otras que son, en esencia, cónyuges (la tía de Don Tele).

Más fresco que una lechuga...

Amapolo Nevera, producto gráfico del mágico lápiz de Cifré y de la fértil inventiva de Carlos Bech (tal como nos revela Jesús Cuadrado en su Atlas "De la Historieta y su uso") fue el pícaro por antonomasia de los tebeos Bruguera. Debutante en el DDT en la primavera de 1952 (en torno al número 42 de la revista, del que hemos extraído la viñeta de muestra en la que encontramos un personaje algo cabezón y muy locuaz ), Amapolo es un personaje hijo de la precariedad de su tiempo, embebido de necesidad, fortalecido por la acuciante realidad circundante y alérgico al trabajo, que discurrió con presteza y pimpante dinamismo por su página improvisando mil y un engaños, argucias, pillerías y sagaces artimañas para conseguir apañárselas para vivir sin contraer arduas obligaciones laborales. Maestro del sable, no dudaba en aprovecharse de su tía Nieves tanto como le era posible, sin más ni menos escrúpulos que los que mantenía para con el resto de los mortales. Es decir, sin escrúpulos en absoluto.
La andadura de Amapolo Nevera por el DDT se prolongó a lo largo de cerca de 300 números, interrumpiéndose sus apariciones en la revista a partir del número 328 o 329, en agosto de 1957 (sustituido por otro personaje "familiar", "Mi primo Gundemaro", de Jorge) más de cinco años después de que se hubieran iniciado, cuando la aventura independiente del Tio Vivo se estaba empezando a consolidar. De forma análoga a como Golondrino Pérez (Tio Vivo, 1957) era una especie de revisión de Cucufato Pi (Pulgarcito, 1949), también Amapolo Nevera conoció una especie de segunda edición en la forma de “Filiberto Monreal (que nunca tiene un real)”, personaje con el que Cifré regresó al DDT en el número 449, de fecha 21/12/1959, cuando el Tio Vivo había sucumbido al poderoso influjo de Bruguera.

Amapolo y su tía Nieves viven enfrentados, exactamente igual que gran parte de los matrimonios indisolubles (e irresolubles) de la España católica, apostólica y romana del franquismo. Su convivencia comienza a partir del número 90 (enero del 53), cuando ya ha pasado un año desde que las desventuras de Amapolo dieron comienzo y ya le hemos visto dar toda clase de tumbos y probado suerte, de manera anecdótica en diversos oficios, como en la historieta del número 45 (de abril del 52) en que compone un improbable barrendero con la única finalidad de ganar una apuesta. Así, durante un año, Amapolo Nevera es un solitario que experimenta nuevos timos, practica la charlatanería y se doctora en toda tentativa de estafa. Al incorporarse a la serie su tía Nieves, el solitario ventajista pasa a ser algo distinto. Se convierte en el sobrino. El sobrino es un buscavidas aprovechado que, con los más variados embustes, pretende esquilmar a su tía , que para mayor infamia del joven, es quien le proporciona alimento y hospedaje. Ante la desvergüenza y los desmanes del pícaro sobrino, que llega incluso a intentar el hipnotismo en el DDT 320 (de 3 de julio de 1957) para sacarle los cuartos a su tía, ésta opone una destreza y una contundencia en el manejo del garrote que nada tiene que envidiar a las del mismísimo Don Berrinche. Por otro lado, la ternura está presente en mucho mayor grado que la ternera y los momentos buenos son presentes (aunque suelen preceder al desengaño y al descalabro de la resolución al final de la página). Así, por ejemplo, destaca por su especial calidez humana y por su calidad de ilustración de una época, la historieta en la que Amapolo y su tía se desafían al parchís, en la historieta del DDT número 283, de octubre de 1956. El parchís, apasionante juego donde los haya, algo arrinconado por barbaridades envilecedoras como las consolas de video juegos, no sólo constituía un entretenimiento a la par científico y romántico en el que se calculaba, se mataba y se comía, también constituía una fuente de ingresos para alguien que, como Amapolo, mantenía una concepción hedonista de la vida. En la historieta del número 289 de DDT, asistimos a una de las contadas revanchas de la tía Nieves, cuando consigue, por medio de una trama bien urdida, que su sobrino se desprenda de quinientas leandras que ha ganado sobre el tablero del parchís.

La vida es bella

Sólo a Escobar podía ocurrírsele dar vida a un personaje como Don Óptimo. Convertir a la idealización del optimismo en un ser autónomo de apariencia humana. ¡¡¿Y qué apariencia?!! Orondo, vital, relajado, satisfecho, armonioso... Don Óptimo ingresó en las páginas del Tio Vivo cuando la publicación se transformó, allá por el verano de 1964, pasando de ser un semanario de humor a ser una revista de historietas, cuando estaba inmersa en su segunda época (y numeración) desde marzo de 1961, totalmente integrada ya en la Editorial Bruguera. Además de cambiar la portada-chiste por una portada-historieta, el carrusel al que aludía su nombre se hacía al fin visible en su ángulo superior izquierdo. Sin aumento de precio, en la revista surgieron nuevas series. Una de las que alcanzó mayor continuidad fue la de Don Óptimo, que llegó a adentrarse en la década de los setenta.
En la primera etapa de su andadura, Don Óptimo vive con su tía (cuyo nombre no ha llegado este burgomaestre a conocer), una mujer afable, que presenta una activa chifladura por la música que la lleva a tocar a toda hora todo tipo de instrumentos. Es la suya una relación muy diferente a la mantenida por Amapolo Nevera con su tía Nieves. De la constante pugna en que vivían las criaturas de Cifré (garrotazos incluidos) pasamos a la armoniosa relación retratada por Escobar, en la que tía y sobrino se prodigan tiernos afectos, cariño mutuo y sonrientes atenciones. Juntos hacen vida social y disfrutan de su mutua compañía. Donde Amapolo actúa con engaños, buscando medrar a costa de su benefactora tía, Don Óptimo obra con devota dedicación. Quiere a su tía con cariño infantil y cuando ésta le provoca la risa un día en que se siente menos optimista de lo habitual, lo celebra con regocijo enternecedor (tal como vemos en la viñeta extraída del Tio Vivo 189 (19/10/1964). Ambos, tía y sobrino, celebran juntos la Navidad en el Almanaque para 1965, publicado en noviembre del año anterior, como una pareja muy bien avenida. En esta época, Don Pésimo es tan sólo un conocido que interviene ocasionalmente en la serie, al que Don Óptimo procura evitar porque además de ser portador de “malas vibraciones” (dado su carácter lúgubre y su negra visión de la realidad) resulta que es un sablista de aúpa. Sin embargo, como es sabido, la importancia de esta antítesis de Don Óptimo aumentará hasta el punto de sustituir muy pronto a la tía de éste en la convivencia. Su aportación argumental es mayor, de hecho, proporcionando un contrapunto ideal al personaje titular, por lo que el protagonismo llega a repartirse equitativamente entre los dos opuestos inseparables. Mientras que la tía de Don Óptimo aparecía tan solo en algunas historietas, Don Pésimo se convierte en una presencia constante. El sustancial cambio en la serie podemos hacerlo patente en el año transcurrido entre noviembre de 1964 y noviembre de 1965. En el Almanaque para 1966, las Navidades las celebra Don Óptimo con su compañero Don Pésimo, con quien parece compartir vivienda. Y de su querida tía, como diría Pepe Iglesias el Zorro, nunca más se supo.

De esposa a tía

Don Tele, ese hombrecillo fanático de las electrizantes bondades del revolucionario electrodoméstico que había de transformar los tristes saloncitos de los hogares españoles de los cincuenta en el “Paraíso del Zoom lazaroviano” de los setenta, que nos visitó hace unos meses en al entrada “Hacer la felicidad de los demás”, ese personaje en el que reconocemos la pasión del propio Cifré por el nuevo medio y cuyas máximas cuitas y trabajos se derivan de las dificultades para disfrutar del receptor en solitario, sin tener que compartir su disfrute con el vecindario, vivió la sorprendente experiencia de haber estado casado con su tía o de haberse separado de su esposa para seguir conviviendo con ella en calidad de tía. Mediante la intervención de algún censor oficial o aficionado (el mismo que se resistía a que en los tebeos se mostraran familias “normales”, en las que los padres engendran a sus hijos), la cónyuge de Don Tele se convirtió en su tía. Esta mágica transformación (que, probablemente, dicho sea de paso, se produce “de facto”en muchos matrimonios) se produjo entre los números 4 y 10 del Tio Vivo de su segunda época (es decir, entre el 2 de abril de 1961 y el 15 de mayo del mismo año). Como podemos comprobar y mediando tan solo un mes y medio entre una viñeta y otra, Agripina, la mujer de Don Tele, se convierte en su “tía querida”. Advirtamos que el personaje femenino no se había mantenido ausente en este intervalo, es decir, que aparece en las historietas de los números 6 y 8, pero sin aludir al parentesco que mantiene con el protagonista, por lo que se supone que sigue siendo su mujer, hasta que bruscamente, pasa a ser su tía. Este mágico cambalache revela lo frágil y difusa que es la línea que separa aquello que supone la convivencia de dos cónyuges de tebeo de lo que supone la de una pareja más o menos bien avenida que comparte techo. A los ojos del inocente lector, en estas historietas asexuadas, es imposible distinguir entre una esposa y una tía. Las dos sirven la sopa con la misma eficacia (dicho sea en términos anecdóticos) y dan la réplica al personaje protagonista con la misma efectividad (en términos de funcionalidad). ¿A santo de qué, pues, el trueque? Seguramente, a que alguien, no tan sano como el lector, debía imaginar lo que Tele y Agripina hacían cuando apagaban la pantallita y se iban a la cama. Para evitar que algún tierno infante incurriera en semejante desvarío moral, esta mente calenturienta propuso una reforma sutil en la relación existente entre los personajes. El resultado, ya lo ven, una anécdota más de las que forman la agridulce historia del Tebeo Español.

Mientras que en al contienda más o menos abierta entablada cotidianamente entre Amapolo y Nieves o en el edílico convivir de don Óptimo y su tía no interfiere ningún elemento externo, entre Don Tele y su tía Agripina se interpone un tercero, el televisor, culpable del imperfecto funcionamiento de su convivencia.
A propósito de Don Tele, anotemos que debutó en el Tio Vivo en junio de 1960 en el momento en que la revista comenzó a imprimirse en los talleres Bruguera y se daban cita en ella los dibujantes que la habían fundado (el propio Cifré, Peñarroya, Conti, etc) con los que la habían heredado (Nabau, Gin, Koke, Joso, etc) , a los que había que sumar los que se habían incorporado a Bruguera para suplir a los primeros (Segura, Ibáñez, Raf –aunque éste de rebote y por poco tiempo) y los que nunca se movieron de allí (Vázquez y Jorge, especialmente). Es un momento puntual en el que la revista se parecía a una de esas plantillas de un equipo de fútbol que cada temporada trata de renovarse y que termina convirtiéndose en un auténtico batiburrillo.
La aportación de Don Tele a la sociología de lo cotidiano es de un valor innegable porque refleja admirablemente el inicio del despegue de un fenómeno que estaba aún lejos de ser de masas, pero que apuntaba un potencial descomunal que Cifré supo intuir o ante el que , como mínimo, cabe decir que quedó cautivado. El entusiasmo de dibujante y personaje por el invento que trabajosamente se abría paso en los depauperados hogares españoles se transmitía constantemente al lector mediante encendidos elogios y loas a su programación, con menciones expresas a programas reales, como la serie Perry Mason o "Escala en Hi Fi" (el invento de TVE que se preludió al videoclip en veinte años), o a artistas en boga en aquel momento, como José Guardiola. Una actitud entusiasta bien distinta a la que hoy, casi medio siglo después, sustenta una audiencia sobre-alimentada y a un paso del hartazgo. Y eso que, en aquellos tiempos, tan alejados de la sobreabundancia de canales vía satélite, por cable o TDT, el paciente Tele no dejaba que se le enfriara el entusiasmo por haber de emplear media hora en sintonizar el aparato (como vemos en esta viñeta del Tio Vivo 174 (primera época), de fecha 7 de noviembre de 1960, sólo para encontrarse, momentos más tarde, con una masiva invasión de vecinos en su sala de estar que quedará atestada. Ésta, como ya hemos dicho era la principal causa de conflicto en las historietas de Don Tele, la dificultad que hallaba para disfrutar de su televisor con la suficiente intimidad. La otra excusa argumental más frecuente consistía en las quejas de la esposa/tía contra el abandono que, por causa del aparato emisor de rayos catódicos, sufría por parte de su marido/sobrino.
Como anécdota señalemos que la historieta del Tio Vivo 62 (segunda época, de fecha 25 de junio de 1962) no era sino el desarrollo de un chiste que Cifré había publicado en la portada del DDT 462 (de fecha 21 de marzo de 1960). Una reiteración que prueba una vez más (como ya habíamos dicho antes en otras entradas) que una buena idea para un chiste conviene aprovecharla más de una vez. Por una vez, el personaje femenino encontraba ventajas a la abducción de que era objeto su marido/sobrino por parte del televisor, pues lo convertía en un sujeto al que resultaba muy sencillo alimentar dado su nulo nivel de exigencia. Y valga decir, además, que la denuncia del deterioro de la vida hogareña por causa del agresivo magnetismo de la pequeña pantalla bien merecía la revisión.
Sin ningún género de dudas, Don Tele sobrevivió algún tiempo a su creador. La última historieta publicada de que este burgomaestre tiene constancia apareció en el Tio Vivo 98, de la segunda época, publicado el 21 de enero de 1963.

El modelo trasplantado a TVE

De todos los personajes que conforman el Mundo Burguera, Don Tele es aquel al que debemos recurrir para rendir homenaje a la andadura de Televisión Española, que cumple, uno de estos días, precisamente, medio siglo de existencia. En este weblog, iniciado en este mismo año del cincuentenario de TVE, nos hemos ocupado en diversas ocasiones de la efemérides y en esta entrada también podemos ofrecer una pincelada, muy a propósito del tema tratado, de lo que ha significado la labor desarrollada por los profesionales de la televisión en España.
Este burgomaestre sostiene que si de algo debe sentirse justamente orgullosa TVE, por lo que a producción propia se refiere, es de su mítico departamento de espacios dramáticos que durante la década transcurrida entre 1965 y 1975 ofreció al espectador tal cantidad de programas y de tal calidad que se hace imposible, en el modesto marco de este weblog (o lo que sea), ponderarlo en su justo valor. Pero sí que, en la medida que la oportunidad lo permita y hasta lo brinde, como es el caso, salpicar con alguna muestra de su acervo. Nos referiremos hoy a la serie “La tía de Ambrosio”,emitida en la primavera-verano de 1971 por la segunda cadena de TVE (el canal entonces conocido popularmente como UHF), en la que hallábamos el retrato de la situación de convivencia que hemos estado revisando en los tebeos Bruguera. El magnífico Luis Morris (1929 - 1988) encarnaba al sobrino solterón (heredando el trabajo que Juanjo Menéndez, tras grabar dos episodios que hubo que destruir, rechazó por falta de acuerdo artístico o económico) y el papel de la súper-protectora tía Patro era incorporado, con la cercanía y la efectividad acostumbradas, por la más entrañable de las actrices que el espectador español medio de la segunda mitad del Siglo XX haya conocido: Rafaela Aparicio (1906 - 1996). Los guiones corrían a cargo de José Miguel Hernán y la realización, de Luis Enciso. La serie no obtuvo un éxito memorable (como, por otra parte, era imposible dada la todavía incompleta implantación de la segunda cadena) y sólo se emitieron diez episodios.

La imagen que les muestro de tía y sobrino, sentados a la mesa, a la hora de la cena, expresa y condensa esa convivencia cálida, redonda y espesa, como un plato de sopa. El que se disponen a tomar, por ejemplo.

NOTA: el aludido "Filiberto Monreal, que nunca tiene un real" perdió a las pocas semanas su apellido (quien sabe si para no ofender a algún honorable Monreal auténtico), desapareciendo del rótulo de la cabecera dejando, en consecuencia, un visible hueco. El título de la serie quedó así en "Filiberto... ... que nunca tiene un real". Poco después, viéndose la inutilidad de la coletilla (desrimada), quedó suprimida y el segundo pícaro creado por Cifré quedó desnudo de apellido y de leyenda, sin más presentación que su escueto nombre: "Filiberto" hasta su despedida, en el número 585 (de fecha 30 de julio de 1962). La secuencia de la mengua de la cabecera pudo seguirse en los números del DDT que van del 456 (todavía con el nombre entero) al 464, es decir, de febrero a abril de 1960. La viñeta de muestra corresponde al paso intermedio, vista en el DDT 460, de 7 de marzo.
NOTA2: Los tebeos no referenciados empleados para ilustrar esta entrada son: para Amapolo Nevera: los DDT números 262 (26/5/56), 278 (13/9/56), 279 (20/9/56), 311 (2/5/57), 314 (23/5/57) y la viñeta de aquí al lado, relativa al honor de los Nevera, del 323 (25/7/57); para Don Óptimo: el Tio Vivo 195 (primera época, 30/11/64), y para Don Tele: El Tio Vivo 179 de la primera época (12/12/1960) y los de la segunda números 17 (3/7/61), 56 (2/4/62), 67 (18/6/62).

martes, octubre 17, 2006

Un tipo con suerte


El padre de Feliciano

La extrema juventud de Vázquez cuando llegó a Bruguera en 1947 (diecisiete tiernos años) no le permitía, a diferencia de sus colegas de más edad, como Peñarroya, Jorge o Escobar, atesorar intensas experiencias vitales de esas que forman un carácter y conforman el espíritu. Por eso sus vivencias más relevantes se produjeron en medio de su producción artística (que se inició “profesionalmente” a la insólita edad de nueve años, momento en el que publicó su primer dibujo), interfiriendo a menudo en su trabajo como dibujante. Por lo poco que sabe este burgomaestre, el creador de la familia Cebolleta vivió una vida de una intensidad tal que su propia y proverbial capacidad expresiva habría resultado insuficiente para plasmarla en dibujos. Aunque nunca le hizo ascos a intentarlo. Como ya vimos en este weblog, ya en el Can Can número cinco se autodedicaba un episodio de la serie “La historia esa vista por Hollywood”, y en otro Can Can, el número 1 de su segunda etapa (octubre de 1963, casualmente mes y año de nacimiento de este burgomaestre), desgranaba un esclarecedor manual de su arte principal: la morosidad perpetua. De su desvergüenza natural dejó constancia en su serie “Los cuentos del tío Vázquez”, desenvoltura excesiva que le llevó a pasar más de una temporada entre rejas, tal como acaba, por cierto, en la fotonovela "Todo estaba previsto" publicada en el Extra de Verano de Tio Vivo de 1970, de donde hemos entresacado un par de fotografías que ilustran estos párrafos. A este "cerebro del crimen" que planea sus golpes en un típico "terrat" barcelonés en compañía de su joven colega David. Quizá esta forma de entender la vida como algo que se vive “a salto de mata” y un tanto a la deriva, explica su método de trabajo, consistente en poner a sus personajes en medio del curso de los acontecimientos, sin tener una idea previa de cual será el desenlace de la situación propuesta (a menudo, una leve pirueta o un simple juego de palabras), tal como él mismo explica en la entrevista que concedió a Jaume Perich en el DDT 39 (3ª época) de fecha 15 de abril de 1968, dentro de la sección “El mundo de la historieta.Quién es quién”, de la que hemos tomado la autocaricatura que encabeza esta entrada. En la misma entrevista, Manuel Vázquez, expresa por su preferencia por un personaje de entre los suyos, “un tipo al que todo le sale bien”, quizá, según dice, “porque apenas había publicado dos historietas sobre él”. Y es que Vázquez asegura que acaba cansándose de todos sus personajes. Ése del que no había tenido ocasión todavía de hacerlo y de cuyo nombre o no quería o no podía acordarse no era otro que Feliciano.

La prolongada génesis del favorito

El primero atisbo de Feliciano lo encontramos en los primeros momentos del Vázquez en Bruguera, cuando dibuja a Mr. Lucky para El Pulgarcito. El nombre, inequívocamente, hace referencia a la idea de un tipo especialmente afortunado y coincide con exactitud con el título (y apodo del protagonista) de una película de 1943 dirigida por H. C. Potter, con Cary Grant en la cabecera de cartel. La atractiva personalidad del elegante tahúr encarnado por Mr. Grant, así como su estilo de vida, debió impresionar al joven Vázquez. El personaje que crea apropiándose de su nombre, tal como podemos verle en el Pulgarcito 85 (1949), contiene los elementos fundamentales del Feliciano definitivo, es decir, la pajarita y el sombrero canotier. En cuanto a su característica buena suerte, todavía no se vislumbra, pero al menos, la lleva en el nombre. Como este burgomaestre no ha tenido acceso a historietas anteriores de este personaje y no lo ha encontrado en números posteriores de Pulgarcito, no le queda más remedio que conjeturar, y en ese terreno se atreve a afirmar que la historieta en cuestión debe ser de realización anterior, aunque publicada en el año 1949, por el estilo de dibujo, todavía rudimentario. Algunos detalles, como las desmesuradas proporciones de cabeza y pies, algo disneynianas, nos hace inclinarnos por afirmar que se trata de una obra muy primeriza. El primer paso de Feliciano lo da en la piel de este Mr. Lucky con grandes zapatones y con un bigotito partido resultón.

La importancia de un sombrero de paja

No es Mr. Lucky el único personaje de Pulgarcito que se cubre la testa con un alegre sombrero de paja de ancha base y baja copa. Otro hijo de Vázquez, Heliodoro, comparte con él ese tocado en sus primeros tiempos y Carpanta, de Escobar y Casildo Calasparra , de Nadal, optan también por el canotier para abrigarse el cráneo, lo que representa una nueva constatación del concepto, ya repetido en este weblog, de la homogeneidad que caracterizaba este primer periodo de los tebeos Bruguera (a lo que podríamos añadir, de pasada, que tanto Heliodoro, como Casildo, como Calixto, son tres versiones del mismo personaje visto por Vázquez, Nadal y Peñarroya, respectivamente). Como ilustración de la coincidencia sombreril, dispongo aquí al lado tres imágenes de los mencionados personajes, extraídos de los Pulgarcitos número 88 (para la viñeta de Heliodoro, de la historieta “Heliodoro enhebra una aguja” que por cierto, el libro de Antonio Guiral coloca en el número 70) y 90 (para las imágenes de Casildo de la historieta “Víctima del destino” en la que aparece con su encantadora esposa, y la de Carpanta: “Carpanta y el biberón”, en la que le encontramos a punto de sustraerle la botella de leche a un infante de su propio cochecito)

La sombra de Monsieur Chevalier
Si antes vislumbrábamos trazas de la personalidad de Cary Grant prendidas en la inventiva de Vázquez, a través del nombre adjudicado al personaje de Mr. Lucky, no podemos obviar que la figura de Maurice-Edouard Saint-Léon (verdadero nombre de Maurice Chevalier, archipopular cantante y actor francés nacido en 1888, en Ménilmontant y fallecido en París, en 1972) habita en todo aquel que se enfrente al mundo pertrechado con un sombrero canotier y una pajarita. Su personalidad frívola, exultante, socarrona, alegre, pícara, vitalista, dionisíaca, efervescente, exuberante debió conectar necesariamente con la de Vázquez, quien tuvo que conocerle a través del cine. Su imagen, un verdadero icono de la primera mitad del siglo XX se universalizó por medio de películas tales como la que nos sirve para ilustrar estas torpes parrafadas, la titulada “The way to love” (Norman Taurog, 1933), que si bien no se estrenó en España, sí que se conoció a través de las revistas como “Lecturas”, de cuyo número 163 hemos escaneado las fotos. Ese icono, pues, patrimonio universal, proporcionó el vestuario idóneo para alguien a quien la suerte le favorecerá caprichosa y constantemente, ese personaje que Vázquez va formando en su interior desde sus comienzos en 1948 hasta darle forma definitiva en 1969. Y que Chevalier ocupaba algún lugar preeminente en el inconsciente creativo del dibujante da constancia la utilización expresa del nombre del cantante para una de sus creaciones: el burro de la familia Gambérrez, quien, como es lógico, se cubre su testuz con un apropiado sombrero canotier. Véase la muestra, extraída de la historieta publicada en el DDT número 125 (3ª época) de 8 de diciembre de 1969 (reedición de la historieta original, de 1959, probablemente).

Primera intentona

De las “apenas dos historietas” que Vázquez recordaba en su entrevista con Jaume Perich (y que se obvian en el libro de Antoni Guiral), este burgomaestre sólo tiene constancia de una, la que se publicó en el Pulgarcito 1810, de fecha 10 de enero de 1966. Vázquez había creado a Anacleto el año anterior para la misma revista, cuando el precio de ésta había aumentado hasta las cinco pesetas y su nueva propuesta, la del personaje bendecido por una irracional e invariable buena suerte no obtuvo el respaldo suficiente para alcanzar continuidad. Para diferenciarlo gráficamente de su agente secreto, Vázquez le pone un bigotito algo hitleriano (lo que nos trae el recuerdo del figurante que bailaba rock ‘n’ roll en la historieta sobre Elvis Presley que trajimos a este weblog) y , en cambio, una expresión de candoroso despiste. Vestido con sencillez, este Feliciano carece de la suficiencia que caracterizará al Feliciano definitivo, al del Gran Pulgarcito y recibe los dones de la Fortuna con ingenuidad alelada. Cuando, tres años más tarde, Vázquez retoma el personaje, tiene claro que la debilidad de que adolece la primitiva versión debe radicar en su imagen y le dota del atuendo definitivo, mucho más caracterizador.

¿Pero quién es, a fin de cuentas, Feliciano?


Vázquez era un profesional consciente de su oficio. Pero mucho más allá de eso, Vázquez era un creador. Si su admirado Cifré era un gran dibujante, Vázquez unía a esta habilidad un don especial para inventar personalidades que dieran lugar a situaciones cómicas. Sus personajes nacían con frecuencia de un planteamiento que tenía que ver con la naturaleza misma de la profesión de historietista. Así, creaba personajes sobre la base de una premisa dada, sabedor de que la anécdota, la peripecia narrada era lo menos importante. Por otra parte, su ideal de desvergonzado “vivant” le impelía hacia el objetivo utópico de llegar a hacer historietas en las que no tuviera que dibujar absolutamente nada. De ahí que mandara tan frecuentemente a sus personajes al campo y, finalmente, al desierto o a los Polos. Alcanzar el objetivo sin esfuerzo, he aquí una premisa que forma parte de la génesis del personaje. Feliciano es el resultado de un planteamiento apriorístico como lo fue la creación de Ángel Síseñor o del Inspector O’Jal. En el caso de Feliciano, el planteamiento podría formularse mediante una pregunta: Si las historietas en su mayor parte cuentan las historias de personajes a los que el infortunio echa por tierra todos sus esfuerzos, ¿Por qué no hacer una historieta que sea el reverso de la fórmula habitual? Es decir, historietas de un personajes que, SIN HACER NADA, lo consiga todo. Al contrario de lo ya establecido como norma, el Destino actuará en las aventuras de Feliciano a favor del protagonista. Vázquez, como demiurgo omnipotente, dispone los acontecimientos casuales para que beneficien siempre a su héroe. Inicialmente, el humor de la situación radica en que Feliciano no hace NADA para buscar la fortuna. Ésta acude a él con la misma caprichosa constancia con la que, normalmente, suele castigar a la mayoría de los protagonistas de las demás historietas. Ese hado esquivo que frustra implacablemente los anhelos de Carpanta, de Ribogerto Picaporte, de Doña Urraca, se obstina en conceder recompensas y en salvaguardar de toda amenaza al inconsciente Feliciano.
El mecanismo humorístico previamente descrito, dejado así, estaría condenado al fracaso. De manera análoga a como un periódico que sólo diera buenas noticias pronto tendría que cerrar por falta de lectores, al público le carga la inexistencia de víctimas. Es imposible identificarse con alguien al quien TODO le sale bien, sin hacer nada para merecerlo. Vázquez, dominador virtuoso de su arte y talentoso como nadie, desde el principio dota a la serie de antagonistas que padecen las consecuencias de la buena suerte de Feliciano. Así, una sucesión de cacos, mendigos, maleantes y aprovechados en general, sufren los chascos de intentar beneficiarse de la fortuna que sonríe siempre a Feliciano. Esta galería de personajes, prácticamente los mismos que sirven de oponentes de los otros personajes inventados para la flamante “Gran Pulgarcito” (la abuelita Paz y Don Polillo), son los que tienen que cargar con los reveses del Destino y con la tarea de hacer reír al público lector con su desdicha.
Si del planteamiento general de la serie puede afirmarse que supone el reverso de lo habitual, otro tanto se puede aplicar a los distintos resortes argumentales concretos empleados. Así, el aparente éxito que suele acontecer a los tres cuartos de la historieta de un personaje de desarrollo convencional, se ocrresponde en Feliciano con un aparente fracaso que se revela, finalmente, una muestra más de su buena suerte, tal como sucede, sin ir más lejos, en la historieta ya reseñada, del Pulgarcito número 1810.
Difícilmente puede hallarse un dibujante con una facultad equiparable a la de Vázquez para forzar los límites de la verosimilitud hasta tan lejanas cotas, como él lo consigue en su obra en general y en esta serie en particular. Y es que Feliciano es la encarnación de un ideal. Su existencia pretende demostrar que la buena suerte permanente no es una quimera. Si se cree en la existencia de la Suerte (y no me cabe duda de que Vázquez creía en ella), entonces, ¿por qué es tan fácil admitir que sea siempre mala? ¿Por qué no puede ser SIEMPRE buena? A esta pregunta intenta responder Feliciano con su deambular por las viñetas de Gran Pulgarcito y, desde ellas, por nuestros sueños.

Una trayectoria discreta y una restauración


Feliciano no fue ningún éxito. Como no lo fue, tampoco, la revista que lo acogió en su forma definitiva. “Gran Pulgarcito”, como ya hemos dicho antes en este weblog era una propuesta ambiciosa que no alcanzó el objetivo deseado. Bruguera rebajó las pretensiones de un semanario y apostó por las bazas más populares. “Mortadelo” funcionó mucho mejor. Ofreció al público lo que quería y a un precio más asequible. Como ya dijimos a propósito de las criaturas de Raf para esta revista, Vázquez aportó personajes con resabios añejos (dos ancianos y un tipo vestido a la moda de los años veinte) quizá para dar satisfacción a su burlón espíritu de contradicción. Si Bruguera quería modernizarse ofreciendo personajes rejuvenecidos, él optaría por lo opuesto. De los tres, la Abuelita Paz, con diferencia, fue el más logrado y mejor (consiguiendo prolongar su existencia hasta la revista heredera, “Mortadelo”). Ni Feliciano, ni Don Polillo fueron más allá de Gran Pulgarcito. Mientras se mantuvo en activo, el Hombre de la Buena Suerte de Bruguera disfrutó de una existencia plagada de milagros. La Naturaleza, solícita, se desvivió por atender todas sus necesidades, empleando sus fuerzas telúricas en cocinarle instantáneamente un pavo que él no se atrevía a matar, o convirtiendo una ternera viva en un suculento bistec al punto, o en tallarle un cómodo asiento en el interior del tronco de un árbol. Los premios parecen llover a su paso, las fuerza de la gravedad es siempre su aliada y actúa contra cualquiera que se atreva a ponerle en riesgo. Si Feliciano empieza a creer que puede llegar a apetecer algo, ello se apresura a ponerse a su alcance, ya sea un placer del espíritu (como por ejemplo, una edición del Quijote tallada en los bosques) o del cuerpo (las viandas apuntadas antes o puros habanos volanderos que se empeñan en alojarse en sus labios).
El aspecto definitivo que Vázquez decidió que Feliciano presentara es prácticamente coincidente con el de Anacleto, su apuesta más existosa. En la historieta del número 33, que Feliciano la pasa en pijama y, por tanto, no dispone de su indumentaria habitual (su “uniforme de trabajo”), la identificación con Anacleto es total. Podríamos apostar que hasta fuman la misma marca de tabaco.
La galería de “víctimas” de Feliciano, compuesta habitualmente por vagos y maleantes se enriquece con la presencia en varias ocasiones del propio Vázquez, quien parece identificarse empáticamente con ellos (de forma bastante comprensible, por otro lado). Podemos verle, por ejemplo, en las historietas de los número 6 y 32, intentando timar a su criatura, sin ningún éxito, naturalmente.
El caso es que las historietas de Feliciano fueron desapareciendo de la revista. Significativamente, Vázquez hace una historieta en el número 38 en la que deja de dibujar a Feliciano (que no pronuncia ni una palabra en toda la historieta) desde, prácticamente, la mitad de su primera página, centrándose en dibujar los desvelos del caco de turno que pretende atracarle, al que le hace decir “Le estoy cogiendo una rabia loca a ese tipo...”. A partir de los siguientes números, el personaje pasa a las manos de Torá, un profesional capacitado que asumió con bastante dignidad las tareas de Vázquez, haciéndose cargo en numerosas ocasiones tanto de esta serie como de las otras dos suyas que también se podían encontrar en Gran Pulgarcito. Tal como vimos en una entrada anterior, Torá no se abstuvo de comentar sobre el terreno las ausencias del creador de la serie e, incluso, casi se ocupó de clausurarla en el número 46, cuando a Feliciano le suceden una serie de desgracias impropias de su condición y, como explicación, al final se revela que la revista se ha vendido a una multinacional con sede en Ohio que ha decidido que para que su serie tenga éxito, debe virar argumentalmente en dirección opuesta e inscribirse en la corriente habitual del infortunio. Sólo reaparece Feliciano en el número 57, nuevamente según el lápiz de Torá, quien, insistimos, no hace un mal papel, sólo que, naturalmente, no consigue dotar a los personajes de la viveza de la que sólo Vázquez es capaz, ni de esa naturalidad, ni del desparpajo, la confortabilidad con la que los muñecos de Vázquez habitan las viñetas, respiran, se ríen, se enfadan, sueñan, se aburren, se ponen cómodos, se impacientan, se envidian... Torá no lo hizo mal, es sólo que no podía insuflarles aliento vital a los personajes del modo en que Vázquez podía hacerlo. Torá sólo los dibujaba.

En el número 60 de Gran Pulgarcito, de fecha 16 de marzo de 1970 asistimos a la restauración de la historieta del Pulgarcito número 1810. Hábilmente retocado, el Feliciano de 1966 reaparece con el bigote rasurado y con la testa cubierta por el obligado canotier. Bruguera lo aprovecha todo y no tiene ningún escrúpulo en insertar esta historieta en su revista más ambiciosa haciéndola pasar por nueva. La curiosidad es innegable y dice mucho de las prácticas de la empresa editorial, que tanto dinero le hicieron ganar y que, quien sabe si no le hicieron sucumbir, finalmente. Alguna mano anónima sustituyó el rótulo antiguo por el nuevo y, después, pacientemente y provisto de tipex, fue eliminando todo rastro de bigote de la carita de Feliciano y añadiendo el sombrero que había venido luciendo en su nueva andadura. Un final algo desafortunado para tan brillante personaje, el original e inimitado mimado de la suerte, Feliciano.
Nota: las viñetas en color (y la de la inocentada) son de la historieta de Feliciano del almanaque para 1970 de Gran Pulgarcito. También se han utilizado viñetas de los números regulares de esa revista: de los 32 y 33 (bitonos verde) y de los 2, 18 y 20 (bitonos naranja), además de los números mencionados en el texto. Todos ellos publicados en 1969.